Recientemente, en la Asamblea Nacional, se llevó a cabo la renovación de sus autoridades. Ahora bien, recuerdo que tiempo atrás manifesté que llevar un estilo de vida exitoso demanda mirar hacia el futuro, para transcender, y hacia el pasado exclusivamente para revisar movimientos dados en falso para evitarlos. Digo esto debido a que bastaría pensar un poco en lo que nos ha dejado la gestión presidencial del Legislativo, desde el año 2017. Opinar o ahondar en ello sería inútil (el pasado no puede cambiarse), doloroso (legisladores destituidos no precisamente por hacer su trabajo), indignante (estilos de liderazgo débiles y ofrecimientos incumplidos donde la justificación se impone y la responsabilidad “es del otro”, al puro estilo del “infierno son los demás”, de Sartre) y hasta vergonzoso (reconocimiento de expresiones dadas que no necesariamente son de halago y de respeto). Por ello, provecho sí está en abonar a la gestión iniciada.
A mi juicio, la gestión encabezada por el legislador César Litardo tuvo buen comienzo: el consenso entre fuerzas diversas y hasta contrarias, pro elección de autoridades, pro gobernabilidad. ¡Sensata y madura decisión! Hubo quienes criticaron aquello. Sencillamente, no comprenden el concepto de democracia. Aunque lo desafiante estará en trazar una buena gobernanza.
Avanzando, en su discurso, dentro del informe del presidente Moreno al país, el asambleísta Litardo se refirió a los grandes temas de interés nacional, por citar empleo y producción. ¡Bien!, hay decisión y compromiso. Sin embargo, en participación ciudadana básicamente esgrimió que trabajarán en una modificación constitucional para evitar “(…) vicios en el mecanismo de designación de autoridades (…)”. Profundización de la incidencia ciudadana en ‘lo público’, sí. Objetable es -y sería un yerro- tan solo pensar en quitar la atribución del CPCCS para designar autoridades. Razón: en el pasado, cuando el Legislativo contaba con ella, reinaba la componenda. (O)