En la segunda mitad del siglo XX se originó en Europa una revolución cultural, que se fue expandiendo en el orbe occidental, hasta transformar las prácticas y modos de pensar de los jóvenes de entonces. Esa revolución cultural continúa hasta la actualidad, sin que haya cerrado su ciclo. Sus efectos engranados se vuelven causas que funcionan como un Big Bang, abrazando casi todo el planeta.
En sus orígenes, el signo distintivo de la Revolución Cultural fue la conformación de movimientos juveniles, que se expresaban en los espacios públicos urbanos, usando nuevos lenguajes, entre ellos el lenguaje del cuerpo y los deseos sexuales expuestos a la luz del día. Los jóvenes comenzaron a desafiar la autoridad paternal, la tradición y sus instituciones.
Se registran interesantes indicadores en 1965, cuando por primera vez, en Francia, se produjeron más pantalones femeninos que faldas. También en esa década aumentaron los divorcios en Europa, y por otra parte, las jóvenes parejas heterosexuales se mostraban decididas a no tener hijos, lo que llevó a las mujeres a plantear el problema de la libertad de aborto.
El período de la niñez culminó antes, debido a que los jóvenes pudieron ingresar rápidamente al mercado laboral en el período dorado del pleno empleo. La autonomía económica los transformó inmediatamente en consumidores de la industria y la mercancía artística cultural.
Visto desde el presente, el modelo cultural económico impulsado por los jóvenes del llamado primer mundo funcionó mientras los Estados pudieron atender la demanda de empleo y la seguridad social, hasta que se inició su desintegración por el establecimiento del modelo neoliberal, que impulsó más al mercado y las formas de manipulación de los deseos individuales.
De acuerdo a Eric Hobsbawm, la Revolución Cultural de fines del siglo XX debe entenderse como la ruptura de los hilos que hasta entonces habían imbricado a los individuos en el tejido social; o mejor dicho, como el triunfo del individuo sobre la sociedad, para dar paso a un tiempo colorido impulsado por la ilimitada autonomía del anhelo personal, llevado al límite.
Hoy vivimos tiempos en los que se combinan las fuerzas del mercado, el individualismo, la pasión y los deseos, mientras los protagonistas de la Revolución Cultural de los años sesenta devienen en viejos y se encuentran estupefactos. (O)