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El Telégrafo
Inty Gronneberg

Mesianismo e historia

19 de junio de 2020

La pandemia pone a los Estados como barcos a la deriva en medio de una tempestad, la cual marcará su destino y trayectoria en los próximos años. Mientras esto pasa, los liderazgos en países como el Ecuador - en lugar de proponer una estrategia - se encuentran en franca batalla unos contra otros, dejando el timón de la embarcación a merced del caos. La unión que la sociedad civil pedía para enfrentar la crisis, y marcar un rumbo, se volvió una fantasía, en medio de lo que es para muchos, una pesadilla con muertos en las calles, corrupción y ceguera del poder.

En esta desorientación, la corrupción marca la autodestrucción de una política en decadencia, y la codicia define el paso de muchos grupos de poder económico, insensibles y enceguecidos frente a la debacle. Como alguna vez mencionó Alexander Hamilton "Cuando la avaricia toma el liderazgo de un Estado, es comúnmente el precursor de su caída"

Frente a este macabro escenario, los liderazgos emergentes de la decadencia requieren una visión clara frente a los hechos del pasado, para no caer en los mismos errores. Eso significa comprender profundamente nuestra historia reciente.

Entre tanta confusión, olvidamos que nuestra nación cumplió hace poco cuatro décadas desde su retorno al estado democrático. El Ecuador empezaba esta nueva etapa saliendo de la dictadura militar, en la cual el crecimiento del producto interno bruto de los años setenta llegó a situarse en un promedio del 7% anual, debido principalmente a factores como el incremento de la producción petrolera y los precios de mercado para la exportación del barril de crudo.

A pesar del aparente desarrollo, el cual en cierta medida generó avances en varios sectores como la educación primaria y la salud, los liderazgos del país no lograron transformar el aumento considerable de ingresos para el Estado en resultados perdurables, generando que incluso en la época de mayor bonanza del país, el empleo adecuado haya disminuido hacia principios de los años ochenta, incluso con pérdidas de plazas laborales en otros sectores, como la agricultura. Historia que tiene sabor de algo reciente.

La conclusión: incluso en épocas de bonaza, los liderazgos no fueron lo suficientemente eficaces para generar un cambio social. El Ecuador entonces no requiere caudillos de corte mesiánico; necesita proyectos colectivos que le den al país una verdadera brújula hacia el progreso de forma técnica. (O)

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