“He aguantado sus abusos, palizas y amenazas por décadas y en esta ocasión decidí ponerle un freno. Así que busqué obtener una boleta de auxilio y, extrañamente, continuó mi vía crucis. No era tan fácil como me imaginaba.
Después de una semana de tocar puertas en vano, por fin llegué a la Unidad Judicial de Violencia contra la Mujer y la Familia. Una funcionaria cansada y apática me explicó que una vez puesta la denuncia no podría dar marcha atrás; me dijo que muchas mujeres, después de poner la denuncia quieren retractarse, pero que no es posible, así que pensara bien la decisión. Le dije que sí y me envió con otro funcionario para que recepte mi denuncia.
Si la primera funcionaria estaba cansada y era apática, este señor además estaba a la defensiva y bastante molesto. A pedido suyo, le conté la agresión de la que fui objeto y me contestó de forma lacónica y desafiante: ‘¿Y qué quiere que nosotros hagamos?’. Literalmente me quedé en blanco.
En medio de mi desconcierto le dije que quería una boleta de auxilio. Sin abandonar su molestia, me explicó lo mismo que la primera funcionaria, pero me pintó un panorama más desolador. Su tono sonaba a que si yo quería hacerle daño al agresor con la denuncia y a amedrentamiento. Cuando me pasó un borrador de mi denuncia para que vea si está ‘coherente’ (¿?), no pude contenerme al recordar la agresión vivida y el papel quedó mojado con mis lágrimas. Él no se inmutó, no movió ni una pestaña.
No entiendo por qué la actitud de estos funcionarios que, se supone, están preparados y capacitados para recibir denuncias de mujeres víctimas de violencia. No entiendo por qué estos dos funcionarios pusieron todos sus esfuerzos para persuadirme de que no ponga la denuncia. ¿Es que no quieren acumularse de más trabajo?, ¿no quieren que las estadísticas de violencia de género sigan aumentando?
Las mujeres víctimas de violencia estamos en una situación vulnerable, ¿cómo podemos ser atendidas por funcionarios hoscos sin gota de empatía o de compasión?”. (O)