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El Telégrafo
Sebastián Endara

La llama de la palabra

19 de septiembre de 2018

En gran medida puede decirse que nosotros somos nuestra palabra. La palabra nos define permitiendo identificar la sustancia de nuestro ser, nos diferencia del otro que la percibe, la lee, la escucha, y nos integra a todos y todas dentro de una comunidad de hablantes que comparten el código y sus inmensas posibilidades. Con la palabra ordenamos el mundo, creamos realidad, pero también reordenamos y recreamos el pensamiento. Con la palabra pensamos.

 El sentido de la palabra es la posibilidad del propio sentido, que no es sino una perspectiva compartida sobre la que edificamos, cada uno a su propio modo, la vida. La palabra no es solo el vehículo del significado, es esa fantástica amalgama que une el deseo, la expresión y la satisfacción. La palabra es el umbral donde se une el afuera y el adentro en sus múltiples niveles. Es la expresión de la dialéctica. La palabra es depositaria de la historia, cristalización ambulante del devenir social y augurio del porvenir. Su uso adecuado nos permite construir sensaciones, consolidar voluntades y desplegar las inagotables formas del conocimiento, de ahí su importancia y la necesidad de su ejercicio, el cultivo de sus figuras y estados; la palabra hablada, la palabra escrita pero sobre todo, la palabra propia.

Es claro que el principal proceso de reproducción de las condiciones de lo humano se genera ahí donde se enciende y aviva la llama de la palabra, en un complejo proceso de educación que no concluye nunca y que desde luego supera a la institución educativa. El aprendizaje de la palabra no es una cuestión técnica que finaliza en la adquisición de una destreza (habilidad para realizar alguna actividad automáticamente); es la posibilidad de crear el mundo nuevo a través del aparecimiento de nuevas y mejores ideas y de nuevas y mejores condiciones para su transmisión y entendimiento.

La palabra propia, autónoma, es ciertamente más que una voz de resistencia, es la raíz de nuestro devenir emancipado de la más profunda servidumbre; la servidumbre simbólica y cultural. Enardezcamos esa llama. (O)   

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