La Pacha Mama, además de sus connotaciones científicas y religiosas, pertenece también al mundo de la poesía, de la utopía que se espera lograr algún día (a diferencia de la quimera que nunca se alcanza).
Por eso establece nexos con lenguaje rico y fecundo, cotidiano, sencillo como el de Rosa Vacacela en su libro “Sumac Causai, vida en armonía” (Instituto Quichua de Biotecnología Sacha Supai, Abya Yala, Quito, 2007), en Ecuador, el de Javier Medina en “Suma Qamaña, Por una convivialidad postindustrial” (Garza Azul editores, La Paz, 2006) o el de Carlos Yujra Mamamni en “Los grandes pensamientos de nuestros antepasados (La Paz, 2005) en Bolivia: “La tierra es el cuerpo de nuestra madre Pachamama que contiene a todos los sagrados ajayus uywiris para nuestra vida.
Ella nos cría a todos los seres vivientes como nuestra madre. El cuerpo de Pachamama produce distintos alimentos para todos los seres vivos. Y el agua que existe es la sangre de Pachamama y con esa sangre vivimos todos”.
Fernando Huanacuni en “Vivir Bien/Buen Vivir, Filosofía, políticas, estrategias y experiencias regionales” (Convenio Andrés Bello, Instituto Internacional de integración, La Paz, 2010) asegura que la comprensión de la Pacha Mama es “un proceso irreversible, que no se va a detener en el Abya Yala (América Latina)” porque se contará con la participación indígena. Pero mientras no aparezcan evidencias, la concepción se mantendrá en el campo de la poesía. Javier Medina asegura que no se trata de mejorar “la concepción mecanicista positivista de raíz newtoniana-cartesiana” sino de “saltar al vitalismo de raíz holística-cuántica-relativista”.
Con toda razón se ubica a la primera con las monarquías y repúblicas y a la segunda con una concepción comunitaria, democrática, consensual. Pero resulta que lo ancestral no es totalmente angelical, virginal o perfecto, sino que debe alimentar una concepción mestiza de salud y sus servicios, con un período fecundo de transición y enriquecimiento.
La “sanación” ancestral busca la salud, pero la “medicina” proviene de la concepción occidental sobre la enfermedad.
Las “medicinas” ancestrales o andinas, herbolarias y de todo tipo, se ubicarían entonces en el esquema de la enfermedad, mientras la visión holística y vitalista de la salud en el campo colectivo de la óptima calidad de vida, vida plena individual, grupal y social, que es el Buen Vivir, un nuevo mundo en armonía.