La política profundizada en los tres últimos lustros es la consecuencia de décadas de corrupción. Si los oportunistas de todas las épocas se agazapan detrás de los partidos para infiltrarse en los gobiernos, entonces se entiende cómo los corruptos de antes y de ahora sean gemelos.
Los mismos que antes cayeran enajenados por la propaganda son quienes ahora repiten tan neciamente que la gente votó en la consulta de 2018 embobada por la publicidad. Aseguran que esa misma publicidad, que hoy se sabe que fuera financiada con los dineros de algunas instituciones públicas, vició de ilegitimidad la expresión popular manifestada en las urnas. ¿Creen que los ecuatorianos somos tan simplones que votamos cegados como sucedió con ellos?
Los resultados de la consulta de 2018 son inapelables y cualquier impugnación a su legitimidad por la propaganda es una ingenuidad. Parafraseando al abogado de esa muchacha involucrada en el escándalo de corrupción de Daniel Salcedo, modelo de farándula y fanática de la revolución ciudadana, los correístas “viven en otra realidad”.
Lo que realmente sucedió fue que Rafael Correa, todavía en el poder, caía estrepitosamente en las encuestas, que su modelo de dispendio, corrupción y abusos no le permitiría reelegirse; que Jorge Glas no podría ser su sucesor por falta de aptitud, que ambos necesitarían un comodín que pudiera suplantarse con el tiempo y que en esa necesidad recurrieron al cándido de Lenín Moreno como candidato.
Ocurrió también que Moreno, ya en el poder, se negó a ser una marioneta del pacto Correa-Glas y que se los quitó de encima destapando la montaña de podredumbre que hubiera sido imposible conocer si no los abandonaba. Por eso era urgente liberar del acoso de la política a las instituciones judiciales y de control, así como a los medios de comunicación. Así se entiende mejor por qué era tan urgente destrabar esta parálisis institucional y que se convocara a una consulta popular que la gente favoreció masivamente. (O)