Publicidad

Ecuador, 24 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Otra ola de emigrantes

01 de mayo de 2021

La nueva noticia mide el estado de pobreza y desaliento en el Ecuador. Los que estudian el fenómeno dicen que ha vuelto a suceder. La gente se está yendo del país una vez más, y parece que es una verdadera ola. El aeropuerto de Latacunga, desde donde despegan aviones de carga, vuelve a tener a cientos de emigrantes, en su mayoría campesinos, que buscan viajar a México para luego pasar –como sea– a los Estados Unidos.

Muchos de ellos han pagado miles de dólares para que los coyoteros les hagan llegar. Están conscientes de los peligros. Saben que pueden presentarse inconvenientes y que, ellos que lo han dejado todo, podrían quedarse aún sin su propia vida. Pero se arriesgan. Algunos de ellos lo logran. Otros desaparecen. Las mujeres son violentadas, otros abandonados y, los de menor suerte, asesinados. El caso reciente de las dos pequeñas niñas ecuatorianas que aparecen en un video, sobrecoge. Jarely y Jazmina, de 4 y 5 años, fueron arrojadas por traficantes de personas por sobre el muro de la frontera entre México y Estados Unidos. La Cancillería del Ecuador calificó al acto de “repudiable y excecrable”, y exortó a las familias para que eviten “exponerse o exponer a sus hijos a los peligros que conlleva la migración irregular”.

Las noticias desde Jaboncillo, en medio de la zona saraguro en las montañas de Loja, evidencian que las niñas ya estaban abandonadas. Sus padres habían viajado a los Estados Unidos y las habían dejado al cuidado de sus abuelos. Por pedido de ellos sus parientes paternos las habían llevado a México y las dejaron con coyoteros que ofrecieron llevarlas al otro lado del muro. Y, efectivamente, así lo hicieron.

¿Qué hace que las personas busquen tan peligrosamente abandonar el país? Las investigaciones lo señalan: entre los grupos minoritarios escapar de la discriminación económica y étnica es urgente. Las personas deciden emigrar para huir de la pobreza. Buscan ofrecerles más oportunidades a sus hijos. Desean encontrar seguridad y estabilidad. Quieren tener un trabajo menos duro o con mejor paga, no depender del clima o del mercado de productos, ser más respetados. Saben que no tienen qué perder. Ya tomada la decisión, deben endeudarse, pagar las tarifas de los coyoteros y saben que es probable que no sobrevivan o que nunca puedan regresar.

Hemos visto miles de casos desde la crisis económica producida por el feriado bancario y el inicio de la dolarización, entre 1999 y 2000, cuando cerca de un millón de ecuatorianos y ecuatorianas abandonaron el país. Y desde entonces somos testigos de las consecuencias: miles de casos de desadaptación; ruptura familiar; mujeres, niños y adolescentes abandonados y a la deriva y, también, planes de retorno. Ahora, con la pandemia, se está produciendo el mismo fenómeno, y este que nos produce una desazón igual a la que ya conocemos.

La falta de atención de salud, educación, trabajo digno, entretenimiento. La insatisfacción con las tradiciones, normas y valores de la comunidad de origen. La discriminación y la violencia contra la mujer son razones por las que la gente se va. A todas esas situaciones se enfrenta la gran cantidad de personas que salen en estos días y que ha hecho que se dupliquen los vuelos en medio de la pandemia. La ola emigratoria es un parámetro de medida de la falta de desarrollo y estabilidad del país. Así lo apuntaba Manuela Picq en una entrevista en TV el domingo pasado.

Es importante que el país reflexione sobre la emigración y los efectos que tiene. Ya nos decía el Papa Francisco en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de 2014, estos: “no son peones en el tablero de ajedrez de la humanidad. Son niños, mujeres y hombres que abandonan o se ven forzados a dejar sus casas por varias razones [y] que comparten un deseo legítimo de saber y tener más, pero, sobre todo, de ser más”.

Las investigaciones demuestran que el envío de remesas por parte de miembros de las familias que han emigrado puede mejorar el bienestar de los que quedan atrás al aliviar las restricciones y mejorar la situación económica. Sin embargo, y al mismo tiempo, esos estudios descubren que las personas que tienen familiares en el extranjero sufren de mayor estrés y depresión, y que las remesas no compensan estos estados de ánimo. Igual cosa sucede a nivel macro: el país recibe las remesas, pero pierde gente valiosa, joven y apta para el trabajo. Por eso concluimos que este drama social no puede verse como un sustituto del desarrollo económico e institucional del país. Es una tarea urgente para el nuevo gobierno tomar cartas en el asunto y aliviar la situación precaria y vulnerable en la que se encuentra nuestra gente para acabar con esta nueva ola de emigración.

Contenido externo patrocinado