Dicen que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Sobre Kennedy hay una mentira que solo la han repetido 999 veces, porque sigo sin aceptarla. De una vez lo digo: Lee Harvey Oswald era inocente. Veamos cómo se convirtió en chivo expiatorio. En el magnicidio participaron la CIA y un grupo de invertebrados cubanos de Miami que no perdonaron a Kennedy por abandonar a los mercenarios en su aventura a Bahía Cochinos, donde los aplastaron en 72 horas.
La invasión estaba aprobada. Los bombarderos calentaban motores. Solo faltaba una confirmación de rutina. Pero minutos antes, Jackie Kennedy cambió la historia para siempre. Descubrió que su esposo le había contagiado alguna enfermedad vergonzosa, y se convirtió en un torbellino de uñas afiladas que lastimó el rostro del presidente. Con tales problemas conyugales, Kennedy canceló la intervención que habría arrasado Cuba. Los mercenarios desconocían que los problemas del presidente no eran políticos sino genitales.
El día del asesinato, a las 12:30 sonaron los balazos. Cuarenta minutos más tarde, el FBI decía quién era el asesino: “hombre blanco, DESCONOCIDO, de 1,78 m y 74 kg”. Curioso, ¿no? Un desconocido del que se sabe cuánto pesa y cuánto mide. Cincuenta minutos más tarde, a 7 kilómetros del lugar de los hechos, en una oscura sala de cine, un hombre estaba ensimismado en la pantalla. De repente entraron agentes del FBI. Allí le aplicaron tres puñetazos, lo inmovilizaron y, esposado, se lo llevaron fuera del teatro.
Era Lee Harvey Oswald. “¿De qué hablan? Están locos”, dijo Oswald cuando lo acusaron de dispararle al presidente. Medido y pesado, se encontró que ese DESCONOCIDO, descubierto en la oscuridad, medía 1,78 y pesaba 74 kilogramos. Y había llegado allí, tras varios kilómetros, en pocos minutos, a pesar de la ciudad caotizada. Dicen que un crimen se oculta con otro.
Al día siguiente, Jack Ruby, un mafioso, pasó todas las barreras de seguridad, sin importar que Oswald fuera el hombre más custodiado del mundo. Se acercó sin problemas, desenfundó su arma, la puso en el estómago de Oswald y disparó. Así murió el desconocido cuyo peso conocían. A Ruby después lo mataron en la cárcel, inyectándole cáncer.
Pero es es otra historia. Al servicio de inteligencia del FBI le faltó inteligencia. Un desconocido recorre en pocos minutos una distancia imposible. No se sabe ni su nombre, pero sí cuánto mide y cuánto pesa. Y es identificado en medio de la oscuridad de un cine. Eso no lo cree nadie. Qué falta de inteligencia. En ajedrez, en cambio, la inteligencia es obligatoria.