El pasado fin de semana Julissa asistió a su despedida de soltera en el cabaret Las Orquídeas. Fue invitada por sus amigas y “salió a divertirse como cualquier joven”. Contaba con el permiso de su papá, la compañía de su mamá, pero el único que no sabía era el futuro esposo. Esta ha sido la noticia más viralizada por las redes.
Ramón Gómez de la Serna decía que la pornografía es el erotismo de los otros. Desde Platón, se distinguen dos naturalezas humanas: aquella que participa del mundo ideal de lo sublime y aquella de los instintos compartidos con los animales. Por lo tanto, es inferior a esa parte espiritual del amor. Siglos más tarde, psicólogos y filósofos han sostenido que el amor no es nada más que una trampa para mantener la especie. En teoría, no podríamos pensar que el amor está escindido entre lo espiritual y lo instintivo. Son las dos caras de la misma moneda.
Para el caso de Julissa, lo que las redes admiraron es el lado obsceno de la famosa noche de despedida de soltera. Resultó tan obsceno como los juicios moralistas que se subieron al púlpito para convertirse en jueces supremos de la moralidad. Y es que la palabra obscenidad significa todo aquello que se pone sobre escena.
Es bien cierto que el acto sexual es un acto íntimo. Hacerlo público es buscar el placer de exhibirse, y eso es exhibicionismo. Disfrutar mirándolo, se llama voyerismo. Exhibicionismo y voyerismo, dos desviaciones por comprometer a otras personas que no tienen por qué ser involucradas en un acto que es totalmente íntimo y privado. Pero lo obsceno es enfermo y morboso. Sin embargo, el gran público goza de estas escenas al igual que goza cuando paran sus autos para ver un atropellamiento. Aquello que debía ser oculto, privado, nunca público, al ser revelado, produce a la vez una gran repugnancia y un gran placer.
El “error de juventud”, como lo califica la misma involucrada, es obsceno, mas no indecente. (O)