Orlando Pérez, en estos días, dice creer en los periodistas inquietos, insurrectos, traviesos, curiosos, lectores, rabiosos y en aquellos que silenciosamente nos enseñan a no ser mediocres y mucho menos ambiciosos. Es decir, añadiría, a no estar cosificados por el sistema a la espera de la medalla de 25 años de “buenos y leales servicios”, de las manos del patrono.
Cuando se piensa en estos asuntos inevitablemente surge la voz profunda de Ernesto Sabato: “Los personajes centrales de Anouilh son casi siempre muchachos que se aferran al amor absoluto y a la pureza; aun al precio de la muerte, se niegan a madurar, es decir, a relativizarse. El tiempo relativiza siempre, inevitablemente convierte lo puro en impuro, la ilusión en realidad. ‘Madurar’ es envejecer, ensuciarse las manos, volverse sensato, aburguesarse, entrar en el juego de las conveniencias y de la razón; en suma, transformarse en un cochino”. Esto se lee en Heterodoxia, pág. 181, de sus Obras Completas, Seix Barral.
El escritor argentino, quien hace poco habría cumplido 100 años, nos habla del público-masa, ese conjunto de seres que han dejado de ser hombres para convertirse en objetos fabricados en serie. Hay muchas causas dice: “…la educación estandarizada, embutidos en fábricas, sacudidos diariamente al unísono por las noticias lanzadas por centrales electrónicas, pervertidos y cosificados por una manufactura de historietas y novelones radiales, de cromos periodísticos y de estatuillas de bazar”.
En este punto Sabato, quien escribió el texto en 1953, nos advertía de lo que ahora llamamos la mediación de los medios, para recordar a Jesús Martín Barbero. Basta encender la televisión tradicional para darnos cuenta de que mucha de la programación está hecha “para oficinistas, para chicas semianalfabetas y cursis”, según las palabras del maestro. Hay que decirlo: en un país donde únicamente el 1 por ciento de su población mayor de 18 años lee, la realidad -pero nunca la historia- está en los medios.
Cómo van a querer, me pregunto entonces, que existan medios públicos. Que existan otras miradas en horarios donde, en otros canales, nos construyen una realidad de balas y de rating (“sinvergüenzas”, nos dicen, por no estar en la lógica del mercado). Porque ese también es el tema de discusión en el periodismo, traído a colación merced a Sabato: la búsqueda de esa otra verdad, más allá del vértigo noticioso que nos lleva a la desmemoria.
Así que tranquilo Orlando Pérez, mientras existan periodistas insurrectos aparecerán sus nombres en hojas pagadas por quienes nunca escriben la historia.