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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

Origen juliano de la Escuela Nacional de Policía

13 de diciembre de 2015

En la sección Cartas a la Dirección de El Comercio, del miércoles pasado, se publicó una bajo el título ‘Creación de la Policía’, que atrajo mi atención. El autor, después de felicitar al diario por su excelente reportaje del 6 de diciembre, alerta que se deslizó un error al afirmarse: que “recién en febrero de 1975, el general Guillermo Rodríguez Lara expidió una ley y creó (sic) la Policía Nacional”; arguye con razón que el general, mediante decreto del 2 de febrero de ese año, lo que firmó fue la Ley Orgánica de la Policía Nacional existente. Sin embargo, adjudica al general Alberto Enríquez Gallo la creación de la Escuela de Policía Nacional, que en las efemérides policiales de cada 2 de marzo se exalta.

En honor a la verdad, y basado en minuciosa investigación y documentación hallada, debo aclarar que la primera  Escuela de Policía la fundó en Guayaquil el entonces teniente Virgilio Guerrero Espinosa, uno de los protagonistas de la Liga Militar, fundada en octubre de 1924, dando inicio al proceso revolucionario juliano, que el 9 de julio de 1925 derrotó la bancocracia.

Nombrado ese mismo día Intendente del Guayas, una de sus primeras preocupaciones fue la formación de personal capacitado para el ejercicio de las funciones policiales, organizando para tal efecto la Escuela de Policía con egresados de bachillerato, quedando establecida mediante decreto de 21 de agosto de 1925.

En noviembre, el teniente Guerrero fue nombrado secretario vocal de la Junta de Gobierno Provisional en Quito y después, elegido primer Comandante de Pichincha. De inmediato se dedicó a fundar la primera Escuela de Policía de Quito, que se inauguró el 4 de noviembre de 1926 con la presencia del presidente de la República, Isidro Ayora; de los ministros de Estado y tropa de la guardia civil. En la columna de El Comercio ‘Hace 75 años’ todavía se destacaba este evento.

El historiador Luis Robalino Dávila, con  quien Guerrero sostuvo una nutrida correspondencia, lo animó: “No abandone ni un momento su entusiasmo por la Escuela de Policía: tiene usted el derecho de que, ya sea tomada a cargo por el Gobierno nacional o adscrita a la Intendencia, Ud. fue quien la inició, quien la fundó, quien demostró su utilidad para bien del país”.

Desde sus años de formación en EE.UU., el joven teniente se interesó por las enseñanzas del filósofo y educador,  John Dewey, un pacifista que daba  importancia a la inteligencia como un poder para que el hombre se enfrente a los conflictos o retos, y que se había opuesto a que EE.UU. ingresara a la II Guerra Mundial.

Esta fue la fuente para su inspiración. Al ministro de Gobierno, Larrea Jijón reportó desde un principio: “No es desconocida para el país la imperiosa necesidad de una organización policial con elementos preparados; y esto no podrá ser alcanzado jamás si no se establecen los medios básicos de instrucción, educación y disciplina especial requeridos para la formación de buenos agentes del orden y seguridad públicas, es decir, una Escuela de Policía Nacional, que suministre a todas las poblaciones de la República personas capacitadas para tan delicados e importantes servicios”. (O)

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