En el año 2011 escribí una columna de opinión con este mismo título y sobre este mismo tema.
En esa época, hace más de diez años, Ecuador todavía no había aprobado el matrimonio entre personas del mismo sexo. Satya, hija de una pareja de mujeres británicas cuyo caso dio lugar a una sentencia de Corte Constitucional sobre doble maternidad, no había nacido aun. Recién se había conquistado la posibilidad de que las parejas del mismo sexo pudieran legalizar sus uniones de hecho, pero a pesar de que esto se logró en la Constitucion de 2008 la mayoría de las notarías del país se negaban rotundamente a dar paso a este trámite.
Hoy se ha conseguido muchísimo en términos de derechos de la diversidad sexo genérica; sin embargo, la homofobia en el país sigue gozando de buena salud. Por eso es necesario una vez más volver a reflexionar sobre hechos sociales que ya deberían estar superados.
Empezaré diciendo lo obvio: nadie debería sentirse orgulloso de su orientación sexual o de su identidad de género. Esto es propio de la naturaleza de cada persona establecer con qué género se identifica o hacia qué sexo se siente atraído. Es algo que los seres humanos no elegimos.
Pero cuando el discurso predominante de una sociedad -difundido ya sea a través de la religión, los medios de comunicación, las supuestas buenas costumbres– te dicen que ser homosexual o transexual es motivo de vergüenza y te discriminan, te hieren y a veces hasta te matan por esto; toca tomar medidas. La primera, agruparse políticamente en organizaciones que luchen por hacer respetar los derechos de la población de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales. Y toca también, por lo menos un día al año, desfilar sin miedo por las calles de tu ciudad. Decirle a esa gente que quiere que te guardes con angustia en un clóset que ser homosexual no es vergonzoso. Ser homofóbico, en cambio, sí lo es.
Ese es el sentido de la marcha del orgullo LGBTI: la reivindicación democrática de un derecho. Porque los derechos ganados se defienden. Porque el camino para conseguirlos ha sido muy duro. Porque hasta 1997 ser homosexual estaba tipificado como delito en el art. 516 del Código Penal Ecuatoriano.
El marco normativo de nuestro país garantiza que nadie podrá ser discriminado por su orientación sexual o identidad de género, pero nuestra sociedad homofóbica y machista sigue haciendo prevalecer sus prejuicios pese a todas las victorias legales conquistadas. Bastó la noticia de que hace unos días en una discoteca de Samborondón a una pareja de hombres se le pidió abandonar el sitio por bailar juntos para que desde la opinión pública salieran una serie de voces a defender este abuso. Y lo que fue peor, a defender este abuso desde supuestas razones legales.
Falta mucho para que nuestra sociedad se eduque en el respeto irrestricto de los derechos humanos de todos y de todas. Para que entendamos cosas tan básicas como que si una pareja del mismo sexo baila junta en un local nocturno, que está destinado precisamente para esto, no comete ningun delito.
Es por eso que es tan importante que por lo menos una vez al año nos tomemos las calles de las ciudades del país para la marcha del orgullo LGBTIQ+. Porque si bien es cierto que se ha ganado un incuestionable terreno en el disfrute, uso y goce de derechos para las poblaciones de la diversidad sexo genérica, históricamente invisibilizadas y discriminadas; no podemos bajar la guardia. No podemos dar nada por hecho. La violencia homofóbica no ha desaparecido, sigue ahí, esperando cada momento para vomitar toda su rabia e ignorancia sobre quienes considera diferentes.