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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

Oportunistas del virus

17 de marzo de 2020

En las pestes, decía Camus, se ve que hay más de bondadoso que de reprochable en el ser humano. Lamentablemente, también en medio de las pestes se ven las más grandes bajezas. No es de extrañarse, por ello, que los que administraron el Estado como si fuese suyo ahora se dediquen a pontificar y aspiren a un apoteósico regreso: casi se podría decir que se los ve como cazadores hambrientos, entrados en desgracia, pero que han identificado a una presa moribunda con la que querrían calmar su hambre de un solo y drástico golpe.

Se trata del proyecto político que conculcó nuestras libertades fundamentales con su aparato de policía y propaganda, del proyecto que auspició la corrupción y se benefició de ella, del proyecto que nos vendió un éxito económico inexistente: después de una década ignominiosa, terminamos endeudados, con una economía igual o más dependiente del petróleo y con varios elefantes blancos (no se insiste lo suficiente en la vergüenza que supone haber gastado $1300 millones de dólares en aplanar un terreno en la inexistente Refinería del Pacífico). Todo esto, a la par de la que fue la mayor bonanza de nuestra historia.

Viejos colaboradores del “proyecto” han afirmado que la inversión real, más allá de la cacareada propaganda, fue mucho menor. Si pensamos en nuestro problema actualmente más urgente, el coronavirus, basta dar una mirada a la información brindada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para ver que no estamos lo suficientemente preparados para el embate. La salud, supuesto puntal del proyecto, no significó cambios realmente profundos. El Ecuador se encuentra muy lejos de tener una salud pública de calidad. Se trata, si vemos las cifras, de un genuino sistema de tercer mundo. Estas cifras, por lo demás, no son de ahora. Después de una década de bonanza (la mayor de la historia) deberíamos estar, se supone, en condiciones mucho mejores. Pero no es el caso. El Ecuador de la propaganda y el autoritarismo toca a nuestras puertas, porque carecemos de memoria: nosotros, eterna sociedad de contemporáneos, sin pasado y sin futuro. (O) et

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