Ya en el siglo XIX, liberales y marxistas coincidían en el concepto antipolítico acerca de la buena sociedad original, esa que sería arruinada en su pureza por la intervención externa de la organización político-estatal. Luego de la gran politización latinoamericana y europea de los años sesenta y setenta, sobrevinieron las dictaduras en el Cono Sur, y luego la posmodernización cultural, la globalización financiera y la caída del socialismo real. Con todo ello las políticas críticas hacia el capitalismo, antes apoyadas mayoritariamente por los intelectuales, perdieron momentáneamente su rumbo.
Muchos creyeron reencontrar dicho rumbo cambiando la noción de revolución política por la de acción de los movimientos sociales. Se empezó a hablar de sociedad civil, de la imposibilidad de reducir la misma a la unicidad política y del valor de supuesta “pureza” que lo social tendría frente a la intervención “exógena” que se adscribiría a lo político.
Este discurso despolitizó malamente el análisis sobre nuestras sociedades; es cierto que la apertura a los movimientos sociales multiplicó actores y perspectivas, pero de ninguna manera ella garantiza -por sí sola y sin mediación política- la transformación social.
A ese recurrente mito de “lo social-bueno vs. lo político-malo” es hora de enfrentarlo y desenmascararlo. No solo en la política y los gobiernos hay corrupción: también en muchas ONG la hay. Y estas son menos visibles para el control social, de modo que escapan al escrutinio y la mirada pública.
Incluso la penetración de las grandes potencias en Latinoamérica y otros continentes del capitalismo periférico apela a fundaciones, asociaciones supuestamente civiles, iglesias más o menos oficializadas, ONG de dudosas finalidades. Son modos de intervención “blanda”, poco visible, que a veces pueden incluso confundirse con modalidades de la cooperación internacional.
En este caso el Presidente del Ecuador se ha animado a denunciar que en ese país -sobre todo en el norte, zona de selva intrincada- existen organizaciones sociales que serían fachada de penetración geopolítica extranjera.
Será la investigación la que ratificará o rectificará esa suposición, pero lo cierto es que -a la vista del análisis social de lo que viene sucediendo en Latinoamérica- la misma aparece con claros visos de verosimilitud.