Las olimpiadas son un espectáculo mundial en donde individuos seleccionados compiten representando la identidad de los países para demostrar sus habilidades y capacidades biológicas.
Es claro que, para ganar una medalla, el deportista debe ser inteligente y tener una notable capacidad emocional y volitiva para que el esfuerzo en años de entrenamiento y en la propia competencia culmine con éxito, pero en el fondo, lo más importante es su capacidad neuromúsculo-esquelética que le permite superar a los otros.
Aunque se reconoce que el concepto de “raza” debe desterrarse porque todos los seres humanos son iguales y, como en el género, las diferencias son, e históricamente han sido, de predominios del poder y las hegemonías políticas, económicas, culturales, hay indiscutibles diferencias genéticas en los diversos ancestros biológicos.
Es difícil, aunque no imposible, por ejemplo, que las mujeres igualen a los hombres en muchas disciplinas deportivas, como es difícil que una persona negra gane las competencias de natación o que una blanca gane las de atletismo. Esto simplemente porque los negros tienen las piernas más largas y fuertes mientras los blancos tienen el tronco más largo y fuerte.
Las olimpiadas son un ejemplo de las características de la civilización occidental: por su prioridad hacia lo individual (que se junten cuatro u once para competir no le da características colectivas), su cuantificación tecnológica hasta increíbles mediciones de décimas y centésimas de segundo y de filmaciones de gran claridad y precisión, su interés económico de enormes inversiones y ganancias de gigantescas empresas de todo tipo que también compiten de manera rigurosa para el logro y atesoramiento de capitales.
La reflexión se plantea en el terreno del concepto integral de salud, que no es solo física y biológica sino también un bienestar mental y social, es decir un saber y actuar para una óptima calidad de vida individual y colectiva que satisfaga las necesidades humanas.
Y es también responsabilidad del Estado para garantizar este derecho. Los deportistas, entonces, deben ser ejemplo de buena nutrición, sexualidad sana, vivienda y vestidos adecuados, trabajo satisfactorio, vida afectiva sin preocupaciones, y otras, con respaldo comunitario y estatal, para el cual todos aporten, solidariamente.
No es justo que quien dedicó sus mejores años a ejercitarse en una disciplina deportiva y es valeroso ejemplo en ella, viva limitaciones en el campo subjetivo o social.