José Florentino Fuentes es un sargento retirado de la policía chilena. En marzo de 1985 participó en el secuestro y asesinato de tres activistas comunistas. Confesó que fue él quien hizo los cortes en las víctimas del “Caso Degollados” que conmocionó a un país.
Fue condenado en 1995 a cadena perpetua, pero logró conseguir beneficios que le permitían salir de prisión primero los domingos, y luego el fin de semana entero. Eventualmente se le autorizó estar fuera hasta 15 horas diarias y en 2014 salió libre por “buen comportamiento”.
A pocos días de cumplirse otro aniversario del golpe militar (11 de septiembre), la justicia chilena acaba de recibir un audio en el que Fuentes cuenta sus crímenes a otro exagente en medio de risas y burlas. Dice, por ejemplo, que mataban a cuanta gente encontraban, y que lo que hizo no le causa remordimientos porque “fue justo”. Confiesa además haber participado en 1973 en la detención y ejecución de dos estudiantes sin militancia política de la Universidad de Concepción. Esos estudiantes, Felipe Campos Carrillo de 19 años y Jimmy Torres Villalba de 23 años eran ecuatorianos.
El estado chileno se disculpó formalmente y entregó una reparación económica a las madres de nuestros compatriotas. Pero en los tribunales solo se condenó al jefe regional de la inteligencia policial con una pena de 15 años. Las evidencias recientes permiten reabrir un caso cerrado y acusar a más personas.
Nada de esto es posible sin gestión ni presión. Lo primero lo ponen los abogados voluntarios como Patricia Parra, que lleva una vida auspiciando a familiares de víctimas de desaparición y que es la parte querellante en el “Caso Ecuatorianos”. Y lo segundo llega desde periodistas como Alejandro Vega, que expuso el audio, o como Tonka Tomicic, que el año pasado expulsó a un panelista de un programa en vivo por negar violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. A la impunidad no se la combate con tibiezas ni con amnesia.
Y así como en Chile no desmayan, ojalá que en Ecuador no nos cansemos nunca de desenredar los nudos, incluso si el sistema judicial nos llega a fallar. Verdad y justicia para David Romo y Juliana Campoverde; para Andrés y Santiago Restrepo; para José Tendetza y Fausto Valdiviezo. Porque sin verdad no hay paz, y sin justicia no hay democracia. (O)