Jamás imaginé que tanto odio se haya incubado como para desembocar en lo que hemos vivido en estos días. El odio lo ha desbordado todo: la capacidad de análisis, el sentido de justicia, el más elemental sentido de humanismo.
En la novela 1984, de George Orwell, se detalla cómo el líder nacional había establecido los “Dos Minutos de Odio” que, diariamente, estimulaba la inquina, el encono, la saña, en contra de los enemigos de su Estado. En Ecuador, durante 10 años tuvimos horas semanales de odio cuando se estimulaba la aversión a los opositores: “oligarquía”, “prensa corrupta”, “partidocracia”, “sicarios de tinta”, “pelucones”, “ponchos dorados”, y a diferentes personas a quienes se humillaba.
La inquina fue incubando; el resentimiento social explotó; el respeto por la opinión ajena desapareció. Durante aquella década, millones de ecuatorianos vivieron este sistemático discurso de odio que ha calado en el subconsciente colectivo. Un porcentaje de los ecuatorianos sigue creyendo en el mesías criollo, residente itinerante entre Bélgica y Venezuela. Le creen, a pesar de todo lo que sabemos de él. Algunos partidarios, saturados de odio, se han transformado en milicias que convirtieron una protesta en un ataque descomunal en contra de la democracia, valiéndose de los más arteros recursos.
Con profunda pena vemos que el daño ya está hecho. Un país dividido, herido, abatido.
En medio del sombrío panorama, los indígenas. Víctimas centenarias estacionadas en el tiempo. Víctimas centenarias a las que ningún gobierno ha atendido bien. Víctimas centenarias cuya protesta de dos décadas se ha hecho sentir pero que, indudablemente, cada vez más, es objeto de proterva manipulación. La auténtica integración del pueblo indígena amortiguará la lucha fratricida. Ello implica eliminar la desnutrición, la dotación universal de agua potable y alcantarillado, educación de calidad, vialidad rural, crédito de desarrollo. Todo esto se lograría fácilmente, en una generación, si se destinaría, anualmente, la mitad de lo ahorrado por la eliminación del subsidio a los combustibles. Voluntad y honestidad intelectual, nada más. (O)