La poesía es el cúmulo de las emociones internas. Es la descripción del todo y de la nada. Es la particular interpretación que el hacedor interpone respecto de su entorno y de las circunstancias vivenciales. Es el desprendimiento de las sensaciones que emanan del corazón.
Es la ceremonia que propugna sensibilizar al hombre, a través de la imagen y la semántica que define a la aurora. Es el cántico que brota de la tierra, tras la devota implantación de la semilla.
El poeta es el custodio de la palabra. Él entreteje el laberíntico mundo de la ensoñación. Para el efecto se adentra en temáticas universales que permanecen incólumes junto con la abundancia de los aguaceros.
Entonces, con luz propia que emana del faro de la creación, se desprende, desde la sencillez y la ambigüedad, el amor, el desamor, el erotismo, la existencia terrenal, la muerte, la soledad, la épica, el paisanaje, etc.
El poeta construye metáforas en concordancia a la belleza del lenguaje, desde su contexto situacional, trasplantando la acción rutinaria por códigos literarios que pretenden sobrevivir al misterio de la vida. El poeta es ese traductor de los días felices y las horas marchitas de angustia. Él expresa el rutilante verdor de los campos y la vivacidad de la sangre. Con su talento, delinea los tatuajes que dejan los vientos de la noche. Es el labrador que cosecha incontenibles parábolas.
“Cartografía de las revelaciones” (Colección Los Confines N° 7, Editorial Verbum-Trilce Ediciones, Salamanca-España, 2011) intitula el poemario de Alfredo Pérez Alencart, en cuyas páginas se incluyen pinturas de Miguel Elías. Es una exploración en donde el lector/a se sumerge en diversas estaciones que envuelven textos dedicados en profundo homenaje a personajes como San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, José Hierro y Miguel Hernández, cuyo bagaje literario es reconocido por el autor.
Asimismo, se describe el trajinar del viento en una oda a favor de la imaginación, en un reencuentro con el destino: “Cada viento vuela sobre el paisaje que más adeuda,/ sobre las cumbres donde solemnemente traza la ruta/ de sus peregrinaciones”.
Y reaparece la ferviente demostración amatoria destinada a la compañera de los momentos íntimos y el mutuo cobijo: “Yo te beso,/ mujer madurada bajo el roce íntimo/ de mis días vertiginosos./ Te beso/ porque cabes en mis brazos/ y giras tu curva esplendorosa/ para que te sostenga/ como a la esposa del amor/ que está junto a mí/ en todas las resurrecciones”.
Aspectos que determinan la convivencia cotidiana se suman en versos de largo aliento que reniegan de la injusticia, denuncian la pobreza y prenden fuego a la realidad. El poeta acumula geografías que son tamizadas en el resplandor lírico.
Latinoamérica se muestra en fragmentos, advirtiendo su mestizaje y sortilegio vital. En tanto, España y Portugal son esbozados desde la querencia y el vino que acompaña a la gratitud.
Alfredo Pérez Alencart es un infatigable poeta que devela con la hojarasca recogida en cada tarde los signos de nuestro tiempo.