Las fechas de recordación histórica adquieren mayor trascendencia cuando las personas y los pueblos viven esas recordaciones con un espíritu de conciencia crítica que lleva a mejorar lo que se ha dado en el pasado y se piensa en el presente como un paso o un peldaño para construir sociedades más solidarias, más humanas, si cabe el término.
Por ello, en esta ya clásica conmemoración del 8 de marzo, quiero más bien enfocarme en pensar y compartir con ustedes estas reflexiones, basadas en la gran capacidad que tenemos las mujeres de crear lazos de hermandad, de confianza, gracias sobre todo al trabajo conjunto, a la vocación por el voluntariado, a la gran capacidad de entrega que tenemos las mujeres por las causas nobles.
A lo largo de la vida he ido aprendiendo y constatando que, por detrás de muchos membretes de organizaciones, de instituciones, de clubes, de accionar político inclusive, lo que existe es un trabajo tesonero, continuado, sacrificado, eficaz, de los llamados comités de damas, grupos de apoyo, que son el alma y el nervio en estos espacios en los que no existe de por medio una retribución económica, sino solo esa especie de pago espiritual que es la íntima satisfacción del deber cumplido, de la sonrisa dibujada en los rostros de los niños, de los ancianos, de los dolientes.
Por ello, este ocho de marzo, quiero rendir mi homenaje a todas esas mujeres que hacen una tarea silenciosa, no muchas veces comprendida ni tampoco evidente, pero sin cuyo accionar no serían factibles tantas cosas, iniciativas, proyectos, soluciones.
Ocho de marzo es el día de la mujer, de la batalladora, de la trabajadora, de los liderazgos que se trasuntan en acciones, pero también es un día para celebrar el trabajo tesonero de tantas y tantas que donan generosamente su tiempo y que construyen alianzas y hermandades con otras mujeres a quienes les unen los sueños.