Entre los años sesenta y setenta, los estudiantes eran perseguidos, torturados, encarcelados y cientos de ellos en todo el mundo fueron vilmente acribillados por los gobiernos dictatoriales de aquella época. Y pensar que todo esto sucedió por el hecho de haber salido los educandos a las calles a exigir y a protestar por los maltratos y el abuso de los recursos públicos.
Fueron tiempos sumamente represivos, cuando todos los que protestaban en contra de las políticas económicas de los gobiernos reaccionarios eran tildados de “comunistas”. Hoy, cuarenta años después de aquellos discursos críticos de políticos “liberales”, vemos cómo en pleno siglo XXI aún persiste el culto a la personalidad.
En la actualidad, los gobernantes de los países autodenominados del primer mundo siguen viendo a los ciudadanos que protestan con indolencia y hasta con menosprecio, aunque ahora se los identifica como “indignados”.
Los pueblos piden lo que necesitan para satisfacer sus necesidades básicas, mientras que los políticos neoliberales tan solo dan a la gente remedios temporales, sin solucionar eficazmente los males sociales provocados por el capitalismo salvaje. A propósito de lo que he expresado, hace unos días nos visitó un joven, hijo de un amigo de mi familia, quien está radicado en los Estados Unidos de América, él nos comentaba que concluyó sus estudios universitarios con la “ayuda” de un crédito bancario. No obstante estar preparado profesionalmente, lleva más de dos años sin un empleo fijo y no tiene recursos para pagar dicho préstamo.
Nos decía con amargura que su crédito educativo se había convertido en una hipoteca sobre su futuro, porque cuando termine de pagarlo tendrá 54 años y habrá trabajado tres décadas para el banco. Los “privilegiados” como este chico estudiaron para llevarle dinero a una institución financiera durante muchos años de sus vidas.
Así mismo, nos indicó que había participado en las protestas en contra de Wall Street, haciendo causa común con cientos de jóvenes desempleados, desamparados y desalojados de sus viviendas por la falta de pago de sus hipotecas. También acotaba que en ese país solamente un puñado de banqueros especuladores vive como reyes con “bonos” millonarios, mientras la mayoría de los estadounidenses está agobiada por la crisis.
Para concluir, debo manifestar que vivimos tiempos parecidos al preámbulo de la Revolución Francesa. Entonces, así como cambia el clima en nuestro planeta, el sistema de distribución de la riqueza, vigente mucho antes de que nuestros abuelos fueran nietos, también debe cambiar. Afortunadamente nuestro pueblo ha despertado del letargo en que nos sumió el neoliberalismo, ahora ya no se deja engañar por los demagogos de siempre ni por los oportunistas que desean instaurar una nueva plutocracia, por lo que me complace leer algunos grafitis escritos en nuestra ciudad, que expresan la frase: “Un banquero no es del barrio ni es tu amigo”.