El coronavirus nos está permitiendo reconocer muchas de nuestras flaquezas como país al enfrentar la pandemia, revelando la imposibilidad de reacción en los niveles de gobiernos más cercanos, cuando, puntualmente, de ayuda alimentaria se trata. Independiente a las respuestas que todo el sistema de salud le pueda plantear al covid-19, con limitaciones difíciles de revertir en tan corto tiempo, ante la rapidez del contagio y sus dolorosas muertes, se han evidenciado también debilidades estructurales que ahora nos afectan y mucho desde casi todos los gobiernos seccionales.
Así como no existe país en el mundo que no cuente con los medios para enfrentar el virus, de forma humana, civilizada, cuando el número de casos está dentro de sus capacidades, también no hay sistema de salud pública que responda satisfactoriamente a la pandemia, cuando se ha tomado una ciudad o un país. Las ricas naciones de Europa, tristemente, constatan lo expuesto. La única herramienta que nos queda a todos para enfrentar el coronavirus es la conciencia individual, el distanciamiento social y confinamiento. Y es en este último punto donde la debilidad estructural de los Gobiernos Autónomos del Ecuador desfavorece la lucha contra la epidemia, cuando a los más pobres se les pide quedarse en casa.
Alcaldes y prefectos que han seguido contratando aceras, bordillos y canchas sintéticas, aún con las recomendaciones del SERCOP de desistir de ello por no ser urgente, demuestran lo poco que nos sirven en situaciones como esta. Acostumbrados a tener de oropel sus direcciones sociales se manifiestan incapaces de articular ayuda alimentaria por cuenta propia. Afectando con esto el confinamiento, porque simplemente la gente pobre necesita comer y sale a buscar alimentos y la ayuda del MIES no llega a todos, por más que se pretenda. Vale preguntarle a eas autoridades ¿Esas aceras, bordillos y canchas en qué les ayuda hoy a los pobres de su cantón y provincia? Les respondo ¡En nada! (O)