Si el objetivo de la reforma laboral fuese reactivar la economía, la discusión se centraría en ampliar mercados; para ello se necesitan menos oligopolios y menos corporaciones influyendo en el poder político. Pero ese, no es el objetivo. Si el objetivo fuese amortiguar el impacto de la decisión inconsulta del FMI, se apoyaría a empresarios pequeños con reducciones de tasas de interés y créditos productivos, no perdonando impuestos a millonarios. Pero ese, no es el objetivo.
Si el objetivo fuese incorporar subempleados al mercado formal se invertiría en cadenas productivas e infraestructura para sostener mercados. No desmantelando ni privatizando al apuro activos del Estado. Pero ese, no es el objetivo. Si el objetivo fuese mejorar las condiciones que dejó el Gobierno anterior se mostrarían evidencias cuantitativas de cómo afectó -por ejemplo- la Ley de Justicia Laboral. No mostrando como supuesta evidencia dudosos rankings internacionales producidos por ONG de derecha. Pero ese, no es el objetivo.
Si el objetivo fuese actualizar un Código de Trabajo que requiere nuevos elementos ante una economía distinta, se protegería al activo más importante: el recurso humano. No proponiendo reformas que requieren modificar la Constitución; es decir, inviables en el corto plazo. Pero ese, no es el objetivo. Si el objetivo fuese recomponer una sana conversación entre trabajadores y empresarios no se inventarían consensos o no se utilizarían los mismos mecanismos que usó el Gobierno anterior para afectar la organicidad de representaciones sindicales. Pero ese, no es el objetivo.
Más bien, el objetivo parece ser aprovechar la debilidad del Gobierno para pescar a río revuelto: que grandes corporaciones concentren más rentas a costa de trabajadores, intentar reformas al apuro y evadir compromisos de no sacar dinero del país. Lo que mejora las condiciones laborales son mercados reactivados, estables y crecientes a través de un comercio fluido y desconcentrado. Eso, evidentemente, no es el objetivo. (O)