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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Nuevos sacerdotes y teoindividualismo

28 de septiembre de 2017

A lo largo de la historia del mundo occidental siempre existieron iglesias, sacerdotes o especialistas encargados de homogeneizar las creencias, generalmente para consagrar la hegemonía, o en otro caso, para cohesionar y guiar la sociedad bajo los preceptos del ‘bien’. Las iglesias, fueren católicas o protestantes, estaban más o menos definidas e institucionalizadas y, salvo excepciones, formaban parte del Estado. El precepto de sociedad fue predominante sobre todo en la Iglesia católica, cuya doctrina pregonaba la solidaridad con los pobres. Las iglesias protestantes se centraron en el individuo y su salvación. De una u otra manera, la cultura occidental se movía dentro de un teocentrismo.

Durante la segunda mitad del siglo XX se desarrolló la creencia en la felicidad como un estado terrenal e ideal, que podía alcanzar el individuo ligado al consumo de bienes materiales a partir del sobretrabajo. Proliferaron desde entonces, los movimientos guiados por líderes autónomos, quienes inventaron sus propios manuales a partir de una mixtura de creencias unidas a principios judeocristianos. Todos tuvieron en común el dominio de la persuasión y en muchos casos comenzaron a usar la técnica de la libre interpretación de la Biblia. A pesar de la aparente diversidad de este fenómeno visible en el contexto de la globalización, en el fondo, la mayoría de los movimientos vigentes comparten el fundamento del individualismo y procuran la enajenación para evitar la politización, la conciencia social y fortalecer el consumismo capitalista, mediante el cual se pueda alcanzar ese imaginado estado de realización material y equilibrio espiritual.

En la actualidad, al mismo tiempo que proliferan los nuevos movimientos esotéricos, míticos y religiosos, cambian los conceptos sobre la vida y la muerte, desplazando la idea del Paraíso e interiorizado la noción de que la existencia es una sola, cuota personal, asunto de un sujeto que la debe experimentar intensamente día a día, sin mayor compromiso con los demás. En ese contexto, los individualistas demandan sacerdotes posmodernos propios, por lo que algunas corrientes ofrecen, en la misma lógica que una mercancía, los estados de autorrealización, ‘autoestima’, el éxito, el cambio, el optimismo permanente, para que atraigan las buenas energías y con ellas el dinero para poder comprar más y con ello alcanzar la felicidad.

En ese sentido, se interpreta que quien no tiene dinero es porque atrae malas energías y es culpable por el fracaso, lo cual recuerda la teoría de Max Weber sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Otra versión de lo mismo, con algunas características propias, reúne a una serie de organizaciones que fusionan antiguos principios religiosos con deformaciones de la filosofía griega, la psicología y la ciencia. Algunas, muy de moda, como el coaching, usan el conocimiento de la neurolingüística, camino de lograr, en algunos casos, el ‘lavado de cerebro’, prácticas que recuerdan mecanismos del nazismo.

Un componente visible es la estructura de empresa privada que acompaña el desarrollo de sectas, movimientos religiosos y servicios de ‘autoayuda’. Se sabe que millones o quizás trillones de dólares se mueven en el mundo por donaciones aparentemente voluntarias, que no son sino formas de apropiación de una parte del dinero logrado por trabajadores de clase media, recursos que van a parar a manos de guías, pastores y líderes, por lo que muchos seguidores terminan fundando por cálculo su propia iglesia, las mismas que proliferan por todas partes. Por servicios aparentemente más científicos-profesionales, se obtienen ingentes recursos, caso de algunos coachs que llegan a cobrar hasta 400 euros por sesión individual en Europa, cifra que sube si se trata de mejorar el rendimiento y productividad del talento humano de corporaciones.

Vale decir, que todo lo que se acerca al pensamiento crítico es rechazado por las nuevas iglesias, movimientos o sectas, porque va en contra de lo que los une y es esencial para ellos: la ideología del teoindividualismo, donde prevalece el Yo Dios. (O)

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