Los azares de la pandemia han obligado a los gobiernos a adoptar semáforos para disciplinar a la ciudadanía y las empresas, con el objetivo de recobrar la normalidad –hoy denominada eufemísticamente la nueva normalidad- que no es más que el retorno a la vida antes de marzo 2020.
Me atrevo a preguntar: ¿qué es la normalidad anterior a la pandemia? Ciertas personas contestarán que es el estado habitual de cotidianidad, con sus rutinas, y el retorno a los temas y problemas conocidos: en esencia, la lucha diaria por sobrevivir, aunque para otras será una nueva “era”, una nueva oportunidad para recuperar el contacto humano progresivo.
¿Seremos los mismos? Existirán, de hecho, diferentes lecturas sobre este encierro inédito. Según las personas habrá un cruce inevitable de conceptos y actitudes entre la racionalidad, los sentimientos e, incluso, las creencias. La nueva normalidad tendrá nuevos significados y sentidos. Un punto es cierto: la sociedad humana cambiará para siempre porque prevalecerá, de aquí en adelante, el mundo digital con transformaciones radicales en los espacios escolares y laborales, y en otros espacios donde prevalecía el conformismo y la indiferencia.
Si pensamos en ganancias -como resultado de la pandemia- se pueden advertir, entre otras: 1) la gigantesca movilización de solidaridad por parte de la sociedad civil, 2) la visibilización del 60% de la informalidad, que los políticos no vieron o no quisieron ver, 3) el conocimiento del estado deplorable del sistema de salud, con notables héroes y heroínas al frente de la crisis sanitaria, con falencias propias salpicadas de corrupción, 4) el nacimiento de un nuevo sistema educativo, a distancia, como alternativa al sistema presencial, y 5) el teletrabajo en algunas áreas productivas.
Habrá también pérdidas: lo más grave, el fallecimiento de seres humanos; los despidos laborales, y la desconfianza en el modelo de desarrollo del país. Los grandes perdedores serán los políticos. Sus discursos tradicionales suenan vacíos frente a la agresividad de un enemigo invisible, que contamina todo y estará omnipresente por mucho tiempo. Y que la nueva normalidad no nos lleve a repetir la frase que resuena como estigma: “Último día de despotismo y primero de lo mismo”. (O)