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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Nuestro Xanax

13 de junio de 2014

Es nuestro Xanax. Nos seda. Y, este año en particular, ha generado más conflictos internos a los aficionados que entretener la idea de que un jugador apodado legítimamente el ‘Gordo’ sea goleador de su equipo.

Seis horas antes de la inauguración del Mundial, las imágenes mostraban una ciudad militarizada. Sao Paulo era una zona de guerra. Más impresionante que las imágenes de protestantes entre el humo de los gases lacrimógenos, eran los escuadrones de lo que bien podía ser considerado como una policía antimotines ávida de sangre. Entre el arsenal disponible hay robots antibombas americanos, drones de vigilancia israelíes y tanques antiaéreos alemanes. El espíritu mundialista se ha mantenido. También ese afán de gastar millones en un país donde la escasez se ha generalizado: $ 855 millones para mantener a medio millón de turistas seguros.

Esto es solo una mella en los $ 11 mil millones que le ha costado a Brasil ser sede del Mundial. La Copa Confederaciones el año anterior convocó a un millón de personas a las calles para protestar sobre una subida en el precio del transporte público. La profunda incongruencia que ha generado el Mundial, esa fiesta idealizada por comerciales donde los niños que juegan en canchas de tierra se ven parados en el medio del Maracaná auspiciados por alguna transnacional, contrasta con las imágenes de las favelas desalojadas, o la falta de servicios básicos, o los muertos por las protestas.

Sí, la gran parte de esos $ 11 mil millones se invirtió en infraestructura que el país de todas maneras iba a utilizar (contando los $ 2,7 mil millones que fueron utilizados en remodelar estadios, algunos, como el de Manaos, que después del Mundial quedarán como monumentos para una ciudad sin equipo de fútbol, y sin otros servicios básicos más importantes). Y no se ha tomado fondos que serían destinados para educación o salud para utilizarlos en el Mundial. Y se ha generado empleo. Pero el grueso de la inversión se quedó en las cuentas de las grandes empresas de ingeniería. Y en las manos de la FIFA. Y sus auspiciantes, quienes disfrutarán de los puestos concesionados dentro de los estadios, mientras los comerciantes brasileros podrán envidiarlos desde sus casas, si no han sido desplazados antes.

Y a pesar de todo esto, hay algo profundamente conflictivo y que fue mejor expresado por el presentador británico John Oliver: “Aquí está su poder. A pesar de todo, sigo tan emocionado por el Mundial”.

Seguimos emocionados por el Mundial. Es nuestro velo, nuestra desconexión. Es nuestro Xanax.

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