Hace dos días, el presidente Barack Obama delineó la dirección que tomaría la política exterior de Estados Unidos. Fue un poco más de lo mismo. Individualismo, excepcionalísimo, unilateralismo, imperialismo, algo sobre el martillo, todo adornado en una retórica de superioridad jurídica y moral, donde reafirmó su papel histórico post-Segunda Guerra Mundial de policía del mundo.
Nada particularmente nuevo. Ni la propuesta de invertir $ 5 mil millones para entrenar fuerzas aliadas en Medio Oriente (nuestros hijos verán los Gadafi y los Husein del siglo XXI). Ni la vaguedad de sugerir el uso de la fuerza militar unilateralmente cuando sus intereses se sientan amenazados. Ni la promesa de usar métodos alternativos a los militares para ejercer su liderazgo mundial (a lo mejor considera los ataques con drones como una alternativa).
Pero no hay nada nuevo ni revelador en un discurso que surgió como respuesta a las críticas republicanas sobre el papel ‘blando’ que venía desempeñando Estados Unidos en el plano internacional, y su pérdida de liderazgo.
El problema de esta construcción de política internacional es que alguna vez Barack Obama fue el presidente del cambio. Y no ha cambiado ni, por lo menos, la superficialidad institucional ni la retórica, el militarismo incrustado de Estados Unidos. La política de la bravuconada. Obama era la respuesta a Bush. Lo que es el unipartidismo.
Y está presente en cada instancia. En una entrevista en NBC, Snowden explicó cómo terminó asilado en Rusia. “Cuando la gente me pregunta por qué estoy en Rusia, yo digo: “Por favor, pregunten al Departamento de Estado, que revocó mi pasaporte cuando estaba en Moscú”. El secretario de Estado John Kerry no tardó en responder: “Él puede venir a casa, pero es un fugitivo de la justicia, por lo que no se le permite volar por el mundo. Es así de simple”. Pero ten al Departamento de Estado de pana y podrás ser un fugitivo ecuatoriano que compra favores en el Congreso de Estados Unidos. Eso hicieron los Isaías.
Pero la bravuconada va más allá de lo específico (y casi personal) de la comparación. Es todo: “El punto es que este hombre traicionó a su país, está en Rusia, un país autoritario, donde está refugiado. Debería ser hombre y regresar a Estados Unidos, si tiene alguna queja sobre nuestro sistema de vigilancia”. Que sea un ‘hombre’ frente a un sistema que ha terminado sistemáticamente con cualquier voz disidente y crítica de ese espíritu guerrerista e imperial: Assange, Manning, etc.
“No solo porque somos el mejor martillo significa que todos los problemas son un clavo”. Barack Obama. A lo mejor nuestra distopía es eso: el aire de clavo que llevamos encima.