Bienvenido noviembre. Llegan las lluvias. Aparecen las luces navideñas, la humedad crece en el ambiente, los guayacanes florecen y dejan caer sus intensos colores. Es feriado, el día de los muertos, la fiesta cuencana. Días de descanso. La compu de la oficina apagada, el ruido de la calle disminuye o desaparece. Me tomo uno, dos, tres hasta seis vasos de colada morada acompañándolas de guaguas de pan. Una guagua con la cara de correa sonriéndole al demonio justiciero que lo busca y lo ha encerrado en el ático. Las otras guaguas son del Patiño atrincherado en su pasado de cerrar carreteras, calles, tomarse plazas y gritar desaforado mientras Gabriela le susurra al oído que ya mismo llueve y se les va a caer el maquillaje de buenos y bondadosos.
Rafael tomando café en un café belga de la calle de los miserables. Se le acerca un cuervo negro y le dice que le puede enseñar un truco poderoso. Rafael sentado en el café belga le pide al cuervo negro que le enseñe, entonces el cuervo negro se convierte en un hombre cualquiera, mortal y predecible. Lo mira a los ojos casi hipnotizándolo y le dice: “observa y aprende”.
Enseguida se agarra con sus dos manos los ojos y los arranca de cuajo y los lanza al viento. Luego se mete su mano izquierda por la boca abierta y se arranca el corazón y los lanza al cielo. Ya sin ojos y sin corazón, sin poder ver y sentir, grita a viva voz: “corazón, ojos regresen a mí”. La potente voz que ordena hizo obedecer a ojos y corazón. Los ojos a los ojos y el corazón al corazón. Rafael aplaude, todos los presentes aplaudiendo.
“Yo quiero hacerlo, yo quiero” dijo Rafael y así lo hizo. Ojos al cielo y corazón al infierno. Y luego ordenó: “regresen a mí” y no le obedecieron. El corazón se perdió en el infierno y los ojos se extraviaron en los agujeros negros: ahora sin corazón y sin ojos, perdido y extraviado. ¿Dónde quedó tu grandeza? ¿Dónde tu extravagancia? ¿Dónde lo infalible de tu palabra? Estos muertos no deben levantarse jamás. (O)