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El Telégrafo
Juan Francisco Román

Nosotros, los ingobernables

23 de mayo de 2023

Es momento de detenernos a respirar y dejar que la sangre vuelva a nuestros cerebros antes de sentarnos a pensar que nos está pasando. Debemos retroceder a 1.830 cuando este país se convirtió en una nación algo independiente, algo libre.

Ecuador vuelve a caminar por el sendero de los caminos escalofriantes de la inestabilidad política, y la verdad creo estabilidad es lo que menos hemos tenido. En este mes, fatídico y desconcertante, nuestros representantes de los poderes públicos han hecho gala de la inoperancia comunicacional por la cual se los eligió, nadie se ha sentado a conversar, porque evidentemente no quieren conversar. A la final, los partidos políticos y sus miembros demuestran una vez más que sus agendas de poder no se alinean a las necesidades de un país. Una vez más, la decepción y desconcierto del ciudadano ecuatoriano cala profundamente, la falta de certezas, el desempleo, la huida de capitales y la inseguridad aplasta al ciudadano común, y por lo pronto, el Estado no piensa reaccionar.

El país amanecía, la anterior semana, con la noticia que el presidente ha decidido disolver la Asamblea Nacional, con lo cual, otra vez a las urnas para determinar si existe un “salvador” que pueda arreglar los problemas de fondo. Esta semana, entre gallos y media noche, comenzaron a aparecer caras nuevas, propuestas ridículas, pero nada a largo plazo. Los planes de arreglar la estructura de una sociedad rota no se hacen de la noche a la mañana, ni Roma se levantó en un día, ni Ecuador se une en 100 minutos.

La historia nos ha demostrado que los cambios normativos y constitucionales nada tienen que ver con el inicio de una planificación prudente para este país, la prueba cae por su propio peso, Ecuador ha experimentado 20 veces en modelos de constitución, es decir, la estructura del Estado ecuatoriano cambia en promedio cada 9.46 años. En aplicación lógica de quién mire al Ecuador viene una palabra tenebrosa y enemiga del crecimiento de una sociedad, inseguridad. Nadie mete la mano en un pozo oscuro, porque tiene miedo de no tener la certeza que existe en el pozo, es evidente.

Pero no causa sorpresa esto, los sistemas políticos ecuatorianos, con algunas muy honrosas y raras excepciones, no han tenido la madurez necesaria para encontrar un camino medio entre las distintas y diversas formas de concebir al manejo de la cosa pública. Leer el juicio de Julio César Cayo en el año 77 A.C. en contra del Senador Dolabela por corrupción, es la foto perfecta de las ocurrencias actuales.

Lo que si me causa sorpresa es el ecuatoriano. A veces me es incomprensible saber como el ciudadano de este país puede vivir, por encima de su país. La inventiva, la generación de productos y el establecimiento de generación de riquezas para mantener a un país a flote no es gracias y obra de un gobierno. La fortaleza del Ecuador sobresale en la gente que, débil, hambrienta y desempleada, ha visto la forma de volverse en un fuerte Atlas, el joven titán condenado a tener el peso del mundo en su espalda. Ese convencimiento tengo, Ecuador es un joven titán con la fuerza suficiente de crear, sin perecer, sin desmayar, por encima de su propio país.

En la sangre chola, afro, mestiza, indígena, recae la fortaleza y sabiduría de una nación convencida de mejores días, obligados a la insolencia de estar maniatados a votar por lo que un sistema político ofrece. Mediocridad en representación, altivez en el votante.

Entonces, el mensaje es claro para quién quiere oír con atención, porque una vez más, es el momento. Votar no es cosa sencilla, y tampoco un trámite más. Ahora, específicamente es cuestión de vida o muerte. El ecuatoriano deberá entender expresamente que votar mal sale caro y es peligroso. Somos diecisiete millones de personas en contra de algunos cuantos candidatos y nosotros ponemos las reglas de juego.

Ecuador es ingobernable por su sangre luchadora nacida de las lágrimas que crearon el lodo de la arcilla pura de esta santa y bendita tierra, moldeados con la fuerza de un volcán, y la entereza de un bravo mar, necesita de gente brillante, con la misma capacidad de amor por su patria para encaminar a este bravo pueblo.

Es momento de votar bien, vigilar pulcreza en quién viene, y sabernos cuidar los unos a los otros. El recreo ha terminado, Ecuador tiene que levantarse definitivamente y el poder del voto, cambia a un país. Espero que la política nos ofrezca a un buen plan estructural a largo plazo, y no a una opción “menos peor”.  

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