Publicidad

Ecuador, 07 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Nociones de patria

18 de mayo de 2016

La pregunta sería: ¿En realidad estamos tan equivocados quienes creemos en la igualdad de los seres humanos, en la posibilidad de una distribución más justa de los bienes terrenos, en una autodeterminación de los países fuera de los imperios hegemónicos? ¿En realidad, en Latinoamérica, lo ‘inteligente’ es resignarse a que jamás podremos escoger, como pueblos, una manera de vivir que nos permita ser nosotros mismos, poner las reglas del juego, o llegar a consensos buenos para nosotros en temas como el comercio exterior y nuestra propia organización política?

Dice Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina y también lo insinúa en algunos episodios de Memoria del fuego, que nuestro peor enemigo no fue el conquistador de fuera, sino la división interna que asoló nuestro continente desde épocas prehispánicas. Sin embargo, esa misma división se ahondó luego, pues las aristocracias locales, en mucho emparentadas con quienes llegaron de la península (no precisamente lo que se conoce como la ‘crema y nata’ de un lugar) reclamaban para sí unos derechos a costa del sometimiento y el escarnio de las clases más deprimidas.

Ya en la época de la Conquista surgió aquel personaje bastante desprestigiado al que conocemos como la ‘Malinche’, una mujer indígena, según muchos testimonios, amante de Hernán Cortés, que a pretexto de ser intérprete entre el conquistador y los conquistados, traicionó a los suyos, hizo de espía y finalmente contribuyó al sangriento proceso del enseñoreamiento español sobre nuestros territorios.

Hay autores que afirman que, al ser nuestro mestizaje hijo no precisamente de una cópula amorosa, sino de un proceso violento y despiadado, también nuestra personalidad individual y como pueblos se encuentra escindida, y que, si bien miramos a nuestra madre, América, con infinita ternura y gran dolor, también la despreciamos por haberse dejado violar. Y si por otro lado miramos a nuestro padre, España imperial, o el imperio que en la actualidad cumple sus funciones, con rencor y rabia por haber agredido a nuestra madre, también llevamos su semilla y lo admiramos más o menos conscientemente por haberse impuesto ante la debilidad de ella.

Esa ambivalencia se manifiesta en todo: en nuestra vida cotidiana, en nuestro lenguaje, en nuestras actitudes hacia los extranjeros de países ‘superiores’, en donde se mezclan el desprecio y el servilismo; en nuestras actitudes hacia nuestros propios pueblos ancestrales, en donde coexisten el racismo y la conmiseración; en el proverbial arribismo de nuestras clases medias, pero sobre todo en el indefinible desastre de nuestra política, en donde desde tiempos inmemoriales las fuerzas más conservadoras y siempre aliadas con los poderes tradicionales, así como los intereses de la potencia hegemónica en la actualidad se han encargado de boicotear cualquier intento de ser nosotros mismos. En parte también porque es muy frecuente en toda Latinoamérica, y dolorosamente endémico en nuestro país, que ni siquiera estemos seguros de nuestra identidad y que con harta frecuencia reneguemos de ella.

Por momentos, nuestra historia parece escrita para ser vivida en esa dualidad de quienes son serviles con los imperios, seguidores de Malinche, ansiosos por complacer a quienes pretenden dominarles y, obviamente, ansiosos por las recompensas, del tipo que sea, que obtendrán de esa supuesta ‘fidelidad’. Pero la perversidad no está solamente en quienes traicionan a los suyos en aras de supuestos ‘valores’ impuestos por intereses ajenos. La mayor perversidad está precisamente en un mundo unipolar en donde quienes no se acogen a las regulaciones del sistema serán perseguidos por todos los medios, de todas las formas posibles, para conseguir mantener una hegemonía que, en últimas, es la que tiene al planeta entero al borde del desastre. (O)

Contenido externo patrocinado