En la noticia sobre el incendio en una discoteca brasileña leo espeluznada: “las puertas estaban cerradas para evitar que el público se fuera sin pagar”. No es la primera vez que esta frase es parte de la información en cualquier siniestro en un local comercial o de entretenimiento. En Paraguay, en Brasil, en Argentina, en Ecuador, en todas partes nos informamos de que se han cerrado las salidas de emergencia, y de que en el momento en que se declara un siniestro de proporciones, generalmente un incendio, son los mismos vigilantes del local quienes se encargan de cerrar las puertas para evitar que la gente se vaya sin pagar.
Una más de las perlas de la lógica del mercado. Me pregunto, ingenuamente: ¿pagó alguien después de que se cerraron las puertas y la gente en pánico se precipitó hacia ellas solamente para morir aplastada por la desesperación masiva, asfixiada por el humo tóxico, incinerada por el mismo incendio? ¿Qué clase de lógica perversa se instala en la mente humana mercantilista cuando ocurre este tipo de acontecimientos? ¿Quién da la disposición, la orden macabra de cerrar las puertas cuando poder salir se convierte en una cuestión de vida o muerte? ¿Qué importa que unas cuantas personas paguen o no, si se está perdiendo la discoteca entera devorada por el fuego? Es engañoso el valor que se le da a la vida. O a su defensa.
Los candidatos a dignidades públicas, los movimientos antiaborto, las doctrinas religiosas y una variopinta ralea de personajes se llenan la boca con la defensa de la vida. También las tendencias políticas pretenden mejorar no solo la vida, sino su calidad. Se lucha a brazo partido, y muchas veces con técnicas que van más allá de lo aceptable desde una simple lógica de renovación de la población, por prolongar la esperanza de vida de los grupos y el tiempo de vida particular de los individuos. Sin embargo, basta un suceso como este para demostrar el verdadero valor que tiene la vida humana ante la posibilidad de que un grupo de personas, o decenas, o cientos… vayan a irse sin pagar de un local de diversión.
Resulta impensable para una mente medianamente sana que justo en el momento del pánico se tome una medida coercitiva de tamaña crueldad.
Así que, si le gusta discotequear, pasear por centros comerciales o acudir a cualquier sitio de entretenimiento masivo, tome precauciones, encomiéndese a sus santos o a sus dioses, pues está visto que cualquier cosa puede suceder, menos que se vaya sin pagar, aunque sea con su vida.