Historias de la vida y del ajedrez
No pasa nada: nos declararon la guerra
Se dice Francois Miterrand y la gente sabe que fue un presidente francés. Pero Marelle Pereira, quien hoy tiene 38 años, y que quedó huérfana a los 8, sabe que Miterrand fue quien ordenó la acción terrorista en la que murió su padre.
Todo sucedió en 1985, cuando los franceses -ignorantes de Hiroshima-, decidieron estallar algunas bombas atómicas. No eligieron los Campos Elíseos ni el Palacio del Louvre, allí, en el refinado París, sino un rincón del mundo llamado Mururoa, en el Pacífico Sur.
Para oponerse a esa y a otras barbaries, existe un grupo de héroes de nuestro tiempo, llamado Greenpeace. Ellos, sin miedo a ningún poder militar ni mediático, están siempre jugándose la vida por la vida. Y enrumbaron hacia Mururoa, un lugar paradisíaco, para denunciar este nuevo crimen sin sentido. En una de las escalas, en Auckland, todavía a 5.000 kilómetros de su destino, fueron atacados. El servicio de inteligencia francés utilizó a una supuesta pareja de recién casados, que viajó al lugar y alquiló un yate para su luna de miel.
Allí armaron las bombas que hombres rana deberían poner en el casco del barco de Greenpeace, el Rainbow Warrior. A medianoche, cuando todos dormían, dos bombas despedazaron el casco de la nave atracada en puerto. Fernando Pereira, un fotógrafo portugués, no pudo escapar y murió ahogado. Jean-Luc Kister, el buzo jefe de la operación, acaba de hablar después de 30 años y confiesa que la orden vino directamente del expresidente Miterrand, de oscura trayectoria en la derecha, cuando acusó a Greenpeace de ser “el brazo ecológico del comunismo internacional”.
Todo esto sucedió, y otras cosas seguirán pasando, porque los grandes poderes económicos, a todos los seres vivientes, nos han declarado la guerra. Por eso hay que soñar con García Márquez, en que podamos arrojar una botella de náufragos siderales “a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad.
Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que esta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del universo”.
En contraste con la guerra del bolsillo y la barbarie, alegra la inteligencia en la guerra del ajedrez: