Quizás sea cuestión de optimismo o el deseo imperando sobre la razón, o puede ser simple insensatez, pero el hombre siempre tiende a minimizar las consecuencias de los hechos, sean de origen humano o de cualquier naturaleza, para autoconvencerse de que no hay por qué preocuparse aunque a todas luces se vea riesgoso o peligroso. Es como si pensando y diciendo que “no va a pasar nada”, se pudiese modificar el destino y lograr que esta declaración se convierta en un decreto divino.
Pero la popular idea del pensamiento positivo, de poco sirve ante las consecuencias lógicas que un hecho determinado pueda causar, pues, la vida es una cadena interminable de causas y efectos gobernados por principios inviolables que no dependen de nuestro optimismo o pesimismo, de manera que, si se forma un orificio en un bote, el agua entrará en él y lo hundirá a pesar de lo optimistas que puedan ser sus ocupantes; y si se ha agotado el combustible de su automóvil, el pensamiento positivo que aplique, no hará que el vehículo ruede un minuto más.
Ciertamente, una buena actitud y un optimismo lógico contribuirán a ver las cosas con mayor claridad y a solucionar problemas que, con la mente nublada por la angustia o la ira y el espíritu apesadumbrado, sería más difícil resolver. De igual modo, el optimismo puede influir favorablemente en un enfermo elevando su sistema inmunológico y ayudando a su recuperación. Sin embargo, muchas personas caen en el error de creer que el pensamiento positivo es una especie de “pomada mágica” buena para todo, pues así se lo han ‘vendido’ algunos charlatanes que escriben libros para hacer dinero a costa de los ingenuos.
Tal es el grado de confusión, que algunos manifiestan que si piensan en la posibilidad de alguna desgracia, la atraerán, y por contradictorio que parezca, están más dispuestos a creer en lo absurdo que en lo lógico. Quizás no falte quien afirme que pensar positivamente crea una buena energía alrededor, y es posible que así sea; mas, la realidad de los hechos y su trascendencia no deben soslayarse ni subordinarse a las ilusiones.
No se trata de vivir de manera pesimista y temerosa, esperando que en cualquier momento nos caiga una teja en la cabeza, sino de observar con raciocinio los eventos que suceden en nuestro entorno, para asumir actitudes y tomar decisiones inteligentes que, siendo oportunas, pueden marcar la diferencia entre salir perjudicados o no. Por eso el libro de los Proverbios declara: “el avisado ve el mal y se esconde, mas los simples pasan y sufren el daño”.