El pasado domingo, el mapa del Ecuador se tiñó de rojo representando la emergencia más elevada por contagios del COVID que ha tenido el país. Las cifras de contagio subieron exponencialmente. Las estadísticas daban alarma de emergencia nacional. Y todo esto en un escenario de escepticismo frente a las “cifras reales”, así acusa Santiago Carrasco, presidente de la Federación Médica Ecuatoriana, pues inculpa al gobierno de maquillar las cifras.
Frente al alto nivel de contagio del COVID, el Ministerio de Educación no reaccionó de manera inmediata para suspender las clases, algo sugerido por las cifras del mismo Ministerio de Salud Tampoco se sensibilizó al pedido de los gremios de médicos y maestros para suspender las clases.
Los padres de familia tampoco se organizaron para presionar a las autoridades de escuelas y colegios para establecer medidas de contingencia. Autoridades de los colegios vacilantes y aletargados a la espera pasiva de las órdenes ministeriales. Y, si fuera poco, una ciudadanía alejada para adoptar las debidas medidas de seguridad y evitar los contagios dentro del mismo espacio familiar. Por el contrario, en diciembre vimos cómo los ecuatorianos desbordaban playas, campos deportivos, fiestas y locales nocturnos. Parecía que se sentían amparados de un pensamiento mágico donde, por obra y gracia de los santos, pensaban estar salvaguardados por escapularios, estampas, estatuas, baños y filtros mágicos.
Todo este comportamiento describe perfectamente el retrato del ecuatoriano promedio. Somos personas dispuestas a echar la culpa al gobierno de todo lo que nos sucede. Individuos preocupados por nuestro metro cuadrado. Almas egocéntricas que no respetamos al conciudadano que está a nuestro lado. Entes autoritarios que imponemos el interés particular sobre el colectivo. Hidalgos ciudadanos que estamos por sobre la ley. Adultos pequeños dispuestos a comprar, si es necesario, certificados de vacunación. Elementales que creemos en el pensamiento mágico más que en la ciencia. En síntesis, el ecuatoriano promedio no puede autogobernarse.
A ratos pienso que la novela distópica 1984 de George Orwell, describe más que al Estado policial y controlador, al ciudadano que demanda la existencia del Gran Hermano que le vigile, controle y castigue.
En la novela de George Orwell (1949) el Gran Hermano representa al líder autoritario que vigila y castiga a los ciudadanos. Los ciudadanos no tienen un espacio privado que no esté vigilado por el Estado. ¿Es eso lo que pedimos?