Mirar la forma en que en pleno auditorio de la Corte de Justicia del Guayas los militantes socialcristianos y de Madera de Guerrero agredían a quienes asistieron a una audiencia pública, causa estupor e indignación.
Mirar cómo a patadas y puñetes se pretendía intimidar a los jóvenes del colectivo Diabluma nos traslada a los viejos tiempos en que desde el gobierno socialcristiano se sembraba miedo y terror.
Mirar cómo dos asambleístas de Madera de Guerrero insultaban, incitaban y generaban violencia, nos obliga a pensar que aún queda mucho por hacer para construir una sociedad en la cual prevalezca el diálogo, la razón y las ideas para solucionar los desacuerdos y los conflictos.
La agresión al director del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, Esteban Delgado, debe ser repudiada por todos. No se puede concebir que para rebatir argumentos legales y técnicos se acuda al palo y al garrote. Las monedas lanzadas por el asambleísta Roche no son sino un espejo de su modo de actuar y concebir la gestión pública.
En el alcalde Nebot persiste la agresión, la prepotencia y la violencia como un mecanismo para desconocer la ley e imponer sus decisiones. ¿Hasta cuándo esos grupos (sin duda minoritarios) de guayaquileños continuarán aupando la violencia como una forma de gobierno municipal?
Las autoridades patrimoniales reiteradamente han insistido en que no se trata de impedir el legítimo derecho de los guayaquileños a erigir los monumentos que deseen. Pero no se puede hacerlo atentando contra un área patrimonial emblemática para los guayaquileños y ecuatorianos, como es el barrio Las Peñas.
El presidente del Comité pro monumento, monseñor Antonio Arregui, manifestó que se trataba de un tema legal y en ese plano deberá resolverse el impasse.
Tiene razón monseñor Arregui y ojalá pueda interceder ante los violentos para que, como corresponde, se sometan a la ley, al igual que todos los ecuatorianos.
Tampoco se puede negar el derecho legítimo de aquellos ciudadanos de Guayaquil que consideren que el ex presidente Febres-Cordero no merezca un monumento, y es más, tienen el derecho de expresar sus opiniones públicamente.
Mientras tanto, todos debemos volver la mirada a nuestros patrimonios. Y todos debemos defender y preservar nuestros centros históricos y nuestras ciudades patrimoniales.
Todos debemos luchar contra el tráfico ilícito de bienes patrimoniales y, lo que es más, todos debemos aprender también a disfrutarlos, pues somos un país privilegiado; diverso y con una enorme riqueza cultural, no la desperdiciemos ni permitamos que la agredan.