Hay un par de noticias que me han llamado la atención en estos días, la una relacionada con el revuelo que la Copa Mundial de Fútbol Femenino, con un creciente interés por lo que las mujeres hacen en la cancha de fútbol, pero sin alcanzar el protagonismo y, por lo tanto, la retribución económica a la que se hacen acreedores los varones, así como tampoco las árbitras.
La otra noticia a la que quiero referirme es aquella relacionada a la petición firmada por miles de mujeres japonesas, dirigida al gobierno de su país, para que no se exija que, para la mayoría de trabajos, tengan que usar tacones altos.
Equiparan esta exigencia con la antigua costumbre que, como símbolo de hermosura, propiciaba la deformación de los pies, a través de los famosos pies vendados.
El movimiento lo inició una actriz y escritora independiente, Yumi Ishikawa, y se ha extendido rápidamente. Acusando a esta exigencia como un trato discriminatorio que atenta contra la salud de las mujeres, en una variedad de dolencias que pueden afectar su calidad de vida.
La reflexión viene dada por el hecho de que, ya avanzado el tercer milenio, todavía las mujeres tenemos que seguir luchando por la consolidación de derechos, en contra de la discriminación y por la necesidad imperiosa de que se consagre la igualdad sin que tengamos que protestar por cada espacio que queramos conquistar.
Tacones, canchas deportivas, trabajos, política, empresa pública y privada, academia, ciencia, religión… La mujer tiene tantas batallas que enfrentar para que sus derechos le sean reconocidos, tantos espacios que conquistar.
Para ello debemos prepararnos, aprender, la educación es la puerta de entrada a muchas de las realizaciones que podamos conseguir, teniendo siempre consciencia de lo que valemos y hasta dónde podemos llegar. (O)