Historias de la vida y del ajedrez
No le paran bola a la parábola
Una canción se pregunta “Para qué los libros, para qué, Dios mío, si este amargo libro de la vida enseña que el hombre es un pobre pedazo de leña”. Suele suceder. Los libros, sin neuronas que los asimilen, en el mejor de los casos pueden convertirse en nada y en el peor de los casos pueden llegar a ser una amenaza. Por eso hay quienes afirman que no hay nada más peligroso que una persona que haya leído un solo libro. Mejor que no hubiera leído ninguno.
Una escritora catalana, Elsa Punset, relata un experimento realizado en la Universidad de Princeton, sobre la historia de un muy conocido libro. Allí se narra de un hombre rico asaltado por un grupo de ladrones que lo dejaron mal herido, a la vera del camino. Al poco tiempo pasó un sacerdote que, al verlo, volvió su rostro y continuó con paso acelerado. Luego otro sacerdote hizo exactamente lo mismo. Finalmente llegó un hombre humilde que lo atendió, lo curó, y lo llevó a un lugar seguro. A ese personaje solidario se le conoce en La Biblia como el Buen Samaritano. Esta historia se repitió hace poco en la Universidad de Princeton, en la misma en la que fuera profesor Albert Einstein.
Allí, un grupo de 40 seminaristas debía rendir un examen pronunciando un sermón. En algunos el tema era libre. A otros les pidieron predicar acerca de la parábola del Buen Samaritano. Cada seminarista debía recorrer un patio hacia el lugar del examen. A medio camino se encontraban con un hombre tirado en el piso que gemía de manera desesperada. El hombre era un actor, pero esto no lo sabían los seminaristas. Para sorpresa de los investigadores, un número considerable de seminaristas pasó de largo, acelerando el paso, evadiendo cualquier contacto visual con el hombre que se retorcía en el piso. También hubo algunos que se detuvieron. Pero, curiosamente, los seminaristas que quisieron socorrer a la supuesta víctima, no eran aquellos que habían preparado el sermón beatífico del Buen Samaritano, sino los que consideraban que llevaban menos prisa.
Después reunieron a los seminaristas que habían pronunciado el sermón acerca de la caridad y la solidaridad humana, acerca del amor al prójimo, acerca de la bondad y otros etcéteras, y les preguntaron por qué no habían ayudado. La filmación muestra sus rostros, con ojos entornados, buscando excusas entre las nubes. Transcribir sus argumentos sería otra historia. Alguno dijo: “No importa que yo no haya ayudado. De todas maneras los buenos somos más”. Y cabe preguntar: ¿Más qué? ¿Más hipócritas, más inconscientes? (I)
En ajedrez, en cambio, las farsas no duran mucho tiempo.