Cuando discutimos sobre el nivel de corrupción en el gobierno de Rafael Correa, Vladimir, un profesor universitario a punto de jubilarse, presenta como su argumento último que la justicia no es nada más que una percepción subjetiva de la realidad. Y que todo se trata de persecución política. Para él, es inadmisible hablar desde cánones objetivos para juzgar los casos de corrupción.
El desconocer la objetividad en la administración de justicia parecería como requisito indispensable para la adscripción y pertenencia al movimiento correísta. Para sus acólitos, la realidad no sería nada más que una percepción individual. De esa manera justifican aquella frase de Jorge Glas que trataba como idiotas a todos los ecuatorianos que veíamos un terreno baldío donde el correísmo veía una refinería. Donde el correísmo miraba una estación geoespacial, los ecuatorianos encontraban un disfrazado de astronauta con un juguete comprado en Amazon. Donde el correísmo veía una nueva red vial, los ecuatorianos veíamos carreteras que hoy el invierno se está llevando el asfalto de mala calidad de esas vías.
Vivimos, la verdad como resultado de la posmodernidad, como un trumpismo, que relativiza la objetividad de la realidad. Este primer cuarto de siglo está marcado por la posverdad, que no es más que el culto de las falsedades encubiertas como verdades. Terreno fértil para que los hechos objetivos y reales tengan menos valor que los sentimientos.
Es fácil comprender entonces que el populismo encuentra sus bases en esta filosofía. Los seguidores del discurso populista, por ejemplo, consideran que la corrupción en el correísmo nunca existió. Al igual que el expresidente norteamericano, cuyos seguidores se niegan a reconocer que existe una crisis del cambio climático, o que el COVID-19 fuera una verdadera pandemia. Desacreditando la cientificidad de los hechos y remplazándolo con visiones conspirativas y supersticiosas.
Frente a esta subjetividad es hora ya de superar la verdad como una verdad individual. La verdad no es solamente producto del uso del Internet o de la inteligencia artificial. No se puede seguir confundiendo realidad y ficción. No toda afirmación es válida y que para lograr el grado de verdad se requiere que el significado sea compartido por una comunidad científica o investigaciones de tipo jurídico.
El realismo contemporáneo renuncia al escepticismo y sus diversas concepciones teóricas, sociales o políticas como son los relativismos, nihilismos, fideísmos y fanatismos.
Es necesario acabar con esas mentiras emotivas de la posverdad. Como dice Ramón de Campoamor (1846) en su famoso poema Las dos linternas escribía, «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira».