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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

No hacerlo al revés

27 de febrero de 2015

En junio de 2008 la revista New Yorker publicó en su portada una caricatura del entonces candidato Barack Obama vestido con un turbante y túnica, haciendo un fist-bump a su esposa, Michelle, uniformada como revolucionaria y peinada con un afro mientras sostenía una ametralladora. La escena se da en la Casa Blanca. En la chimenea arde la bandera norteamericana.

El liberalismo occidental, imperial, cristiano y de mercado de los Estados Unidos es tumultuoso. Las corporaciones con personas, el dinero es expresión y los debates presidenciales se transmiten solo cuando el rating lo permite. Es una democracia. No es ‘la’ democracia. Es una democracia entre perfectible y espantosa. Es una democracia que ve en su raison d´etre dar el regalo de la democracia al resto del mundo, así sea a balazos. Es una democracia compleja.

Es compleja porque también es la democracia de las libertades. Libertades entendidas desde el mercado. Libertades entendidas desde la capacidad de elección, desde la libertad del intercambio (de ideas, de valores, de mercancías). Porque esta no es una democracia homogénea, es más bien una democracia de armoniosa contradicción. Se gana terreno en el complicado entramado legal del federalismo para la aceptación universal del matrimonio igualitario, mientras una mayoría en Congreso lucha con vehemencia para que se detenga. Una corte republicana legalizó el aborto a finales de la década del sesenta, y es una corte republicana la que ahora lo busca criminalizar.

En estas libertades está esa libertad de expresión, que es libertad para la reproducción de ciertos valores que se generan desde intereses determinados. Libertad en el sentido restrictivo de la palabra. La crítica es la crítica a las ligeras perturbaciones en un sistema acomodado, donde no se desnuda sino aquello que se puede desnudar. Es una crítica apta para todo grupo de interés.  

Y sin embargo, esa crítica también es la crítica a los límites. Un medio desde donde al Presidente lo han tachado de tirano, incompetente, inmigrante (lo cual dice mucho), musulmán (lo cual dice más), marxista, comunista, vago, y hay una caricatura donde está sosteniendo un bate ensangrentado dentro de un basurero en las afueras de una clínica de abortos con la leyenda: “Solo me aseguro de que no haya sobreviviente”. Un medio desde donde se ha criticado su plan de gobierno desde sus opositores tradicionales, la derecha, y desde sus aliados naturales, la izquierda.

Desde donde se criticó su programa para expandir el acceso a seguro médico -Obamacare- por ser intrusivo en la libertad de elegir de las personas, pero también por no ser lo suficientemente expansivo. Desde donde el periódico que refrendó a Barack Obama en sus dos candidaturas fue también el que publicó los documentos filtrados por Edward Snowden, y luego lo llamó un patriota. Desde donde se ha convertido al Presidente en celebridad y en villano, y en el mismo canal.

No es una democracia envidiable, pero es una democracia de matices. Es una democracia donde la coalición ganadora puede ir desde la mitad más uno, pasando por la mitad más uno de la mitad más de todos los distritos, hasta un puñado de billonarios. Y en ese medio, complejo, contradictorio, inequitativo, liberal y glamuroso, hay mucho que debemos aprender para evitarlo, y algo que recoger para emularlo. Lo importante es no hacerlo al revés.

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