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El Telégrafo

No existe la pureza

13 de marzo de 2012

La noción platónica y malamente idealista de pureza ha llegado a nuestros tiempos con connotaciones religiosas. Todo el mundo social y humano implica claroscuros y matices, pero ello se deja de lado cuando se adscribe a algún sujeto social la posibilidad de una pureza imposible.

De tal modo, en nombre de la pureza étnica y religiosa se cometió un enorme genocidio contra los indios en nuestro continente; y apenas en los últimos años del siglo pasado comenzó una reivindicación de las culturas precolombinas y se instrumentaron (a veces) políticas de discriminación positiva para compensar en algo lo negado a estas culturas durante 500 años.

Para dar lugar a esta reivindicación del pasado y de nuestras culturas ancestrales se dio una operación un poco inevitable: lo antes sumergido, negado, aplastado por la dominación étnico/religiosa, pasó a ser considerado lo bueno, lo perfecto, lo válido e indisputable.

Esa operación discursiva es comprensible, pero equívoca: en su nombre, lo proveniente de las culturas indias pasó de pronto a ser indiscutible, siempre verdadero, válido por sí mismo, perfecto.

Es de advertir que los indios en Latinoamérica (y muy singularmente en el Ecuador) han logrado participación social y política creciente; por cierto, eso no significa que toda discriminación en su contra haya desaparecido. Pero también es cierto que están lejos de ser solo víctimas de voluntades ajenas; son hoy protagonistas de su propio destino.

Hay comunidades indígenas que se disputan la representatividad con otras; las hay de sierra y de selva. Las hay que olvidan por completo a las etnias negras de la costa. Hay peleas entre dirigentes; hay dirigentes honestos y de los otros. Los indígenas no son más puros que otros sectores sociales, ni lo son menos. En todo caso no cabe esperar, como a veces hace culposamente cierto pensamiento occidental, que siempre “de su voz nace la verdad”.

La pureza no existe, y la simple inversión discursiva de la subalternidad a que se condenó a los habitantes primeros de América, da lugar a no pocos equívocos. No siempre las posiciones de los indígenas resultan razonablemente compartibles; y ello no solo en cuanto a la discusión de la validez de sus singulares reivindicaciones, sino en cuanto a la ubicación de estas en un horizonte de comunidad social donde hay otros actores sociales que también esgrimen derechos y demandas legítimos.

El cuidado por lo universal es imprescindible en cualquier sociedad compleja, como lo son las actuales en Latinoamérica. Las reivindicaciones específicas deben ponerse en relación con las de otros sectores sociales, y hacerse compatibles con las mismas. Cualquier absolutización de lo sectorial se vuelve problemática, por más pureza que pretenda adscribirse a aquellas etnias que enarbolen tales reivindicaciones.

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