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El Telégrafo
Ramiro Díez

HISTORIAS DE LA VIDA Y DEL AJEDREZ

No es lo mismo encarcelarte, que en cárcel, arte

14 de abril de 2016

En las cárceles hay toda clase de tipos. Algunos pueden ser temibles. Otros, gente como usted o como yo. Inclusive, en algún sentido, habrá algunos mejores que los que vamos por la calle. Seguro que tras las rejas, y sin que ellos mismos nunca sepan lo que son, hay filósofos y músicos, médicos, científicos y artistas que están perdiendo sus vidas de manera lenta. Yo conocí a uno de ellos.

Hace muchos años, alguien llegó a una cárcel para escribir una historia. Cuando caminaba por uno de los corredores, brotó de la celda un grito apremiante. No era el típico llamado de socorro, pidiendo un cigarrillo o una moneda, o una llamada a un ser querido o, como tantos otros, alguien que maldijera y aullara su inocencia. El grito era único: “! Amigo... si a usted le gusta el arte camine veinte metros!”

El visitante se acercó a la celda y quedó conmovido. De manera perfecta, cada centímetro de las paredes y del techo, hasta parte del piso y de las rejas, estaba pintado con unas pinceladas de exquisitez asombrosa. Aquella celda era la Capilla Sixtina del arte naif. Selvas, nubes, ríos, jaguares, y mariposas, conformaban un mural multicolor. También aparecían, y para no olvidar que los seres humanos podemos volar, aves maravillosas. Enseguida, sonriendo, aunque con lágrimas en los ojos, el prisionero pidió el gran regalo de su vida: “Consiga una persona rica, doctor, para que me regale lápices de colores…”

Días después, el visitante le llevó lápices, óleos, lienzos y pinceles y le pidió pintar cuadros para una exposición. A partir de entonces todo fue un vértigo de historia imposible y feliz, pero absolutamente real. El prisionero deslumbró con sus obras y la cárcel le permitió asistir a la inauguración de su primera muestra, en una galería pública, vigilado por tres guardias. Con la venta de sus cuadros, de los cuales recibió todo el dinero, contrató un abogado y salió libre. Enseguida expuso en París, Hamburgo, Washington, New York y en las principales galerías del mundo. Se hizo rico y famoso. Y siguió siendo artista.

Este hombre, que estuvo años en la cárcel, se llamaba Luis Roncancio y aunque era buena persona, tuvo el mal gesto de morirse joven, el mismo día en el que cumplía años. Colombia inmortalizó su obra en distintas estampillas. Y quien mira su pintura se pregunta cómo, de las mismas manos que en un mal momento tuvieron que matar, surgieron tanta ternura y poesía llenas de color.

En la vida, como en ajedrez, la brillantez surge cuando menos se la espera.

                                                                          1: TxP jaque; RxT  
                                                                          2: T1C jaque; R1T
                                                                         3 : DxC ! jaque ; P3A
                                                                         4 : AxP jaque ; TxA
                                                                         5 : T8C mate

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