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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

No descansan

20 de abril de 2016

Estas letras son escritas en Quito, el domingo después del terremoto que afectó gravemente a la Costa de Ecuador. Después del susto de sentir un temblor muy largo, de temer por nuestros familiares y de irnos enterando, con mucha pena, de los pormenores de este siniestro, poco a poco se va recuperando la serenidad y pensando (la gente de buena voluntad) en lo que se puede hacer para socorrer a toda esa querida zona de nuestro país para paliar al menos en parte los efectos de la fuerza de la naturaleza.

En esto, como en todo, y me atrevería a decir que independientemente de la filiación política, las actitudes de las personas se dividen en dos. Hay quien, sencillamente, busca soluciones, se duele de los damnificados, piensa en cómo ayudar y en qué hacer para encontrar salidas a la situación y su gravedad. Se establecen sitios para recibir donaciones, algunos médicos voluntarios ya están dirigiéndose a la zona del sismo para apoyar en las tareas de curación y rescate. Todos pensamos en lo que podemos donar, en cómo podemos contribuir y ayudar de una u otra manera a nuestros hermanos ecuatorianos, habitantes, además, de una zona que nos ha dado mucho a todos quienes hemos ido de vacaciones a disfrutar del mar y del Sol en estos bellos lugares de nuestro país. Si solamente fuera por lo que hemos disfrutado, tantísimas veces, además, todos los habitantes de la Sierra, y particularmente de Quito, deberíamos apoyar como mejor podamos en esta empresa.

Sin embargo, nunca faltan aquellos que, al igual que en el crimen de Montañita, pasan por encima de la ética más elemental para encontrar su tribuna. Las redes sociales, los blogs de anticorreísmo obsesivo y enfermizo no se duelen de las víctimas si no es para ‘indignarse’ ante cualquier cosa. Y entonces, en esa especie de esquizofrénico inconsciente de nuestra sociedad que son las redes sociales, vemos las quejas porque no hubo información inmediata. Así fue, y sería bueno afinar los sistemas de comunicación en este caso, pero eso no es lo fundamental. Hay quien postea las fotos de una carretera destruida y habla de la mala calidad de la red vial: ya ven, basta un temblorcito para que las carreteras se destruyan.

¡Por Dios! ¡Fue un terremoto de una magnitud de casi ocho grados! ¿Acaso lo que hace este Gobierno tiene que ser indestructible para que algún rato los odiadores entren en razón? Hay quienes, mientras en la Radio Pública transmiten una minuciosa y adecuada información, sin crear pánico, de los sucesos y sus consecuencias, se quejan en Facebook y en Twitter de que solo en dos medios privados se transmiten noticias sobre los hechos… ¿Cómo se atreven a pedir objetividad a los medios públicos si ellos mismos no la tienen, ni siquiera para comprobar que lo que están criticando es cierto? Y por supuesto no falta la crónica sangrienta en donde se critica minuto a minuto la demora, la rueda de prensa de Jorge Glas y hasta el hecho de que Rafael Correa no haya estado aquí porque seguramente ‘sabía’ que iba a haber un terremoto y por eso mismo se fue. Qué falta de prevención.

Como dijo una persona sensata en una de las redes: “No es momento de criticar pendejadas”. En una emergencia, lo peor que se puede hacer es ponerse a sembrar cizaña y comer basura. Es una norma elemental de comportamiento. Pero para ciertas personas, carcomidas por sentimientos muy poco limpios, tal vez hablar de ética sea pedir demasiado. (O)

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