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El Telégrafo
Ramiro Díez

Niño negro, blanco fácil

13 de febrero de 2014

Era viernes 24 de marzo de 1944 y en Carolina del Sur despuntaba la primavera. Cerca de casa, un niño afrodescendiente y su hermanita habían sacado la vaca a pastar, y la llevaban de nuevo al corral. Enseguida pasaron dos niñas en bicicleta, y les preguntaron dónde podían encontrar unas flores silvestres de un tipo especial. Los hermanitos les dijeron que pocos metros más adentro, en el bosque. Cada grupo tomó su rumbo. Las niñas al bosque, el niño y su hermanita a la casa. Allí pasaron haciendo deberes. El niño, que se llamaba George Stinney, y que siempre había sido el mejor estudiante de su clase, se dedicó a dibujar, esa era su gran pasión.

Y hubo un drama: las niñas nunca retornaron a sus casas. A la mañana siguiente, todos los vecinos se unieron en una búsqueda frenética de las desaparecidas, y a las pocas horas las hallaron. Habían sido asesinadas a golpes, y luego arrastradas al fondo de una cañada.

Con la idea de descubrir al asesino, todos dijeron lo que sabían. George Stinney dijo que ellas le habían preguntado dónde encontrar un tipo de flores silvestres, y que él con su hermanita les habían sugerido entrar un poco en el bosque. Eso fue suficiente. La policía dijo que George, el último que las había visto con vida, era sospechoso. Su hermanita menor no, porque era demasiado niña. Detuvieron a George. No importaron las declaraciones de su hermana ni de su familia, señalando que George había pasado toda la tarde y noche en casa, acompañado, haciendo deberes.

Sometido a interrogatorio, solitario, sin abogado, sin testigos, sin su familia, la policía dijo que George había confesado el crimen. Nunca hubo una prueba de su declaración, en ningún sentido.

George Stinney fue llevado a juicio. A su familia se le prohibió declarar. El jurado, compuesto solo por blancos, deliberó durante 10 minutos, dictaminó su culpabilidad y lo condenó a muerte. Menos de tres meses después, George Stinney fue llevado a la silla eléctrica. Pero hubo un pequeño problema. La silla eléctrica era para adultos, así que la cabeza de George no alcanzaba los electrodos. Entre los verdugos y el capellán, que acababa de leerle unos salmos que hablaban de perdón y vida eterna, juntaron varios libros para que George se sentara en ellos y pudiera ser electrocutado.

70 años más tarde, lo que queda de la familia de George Stinney ha pedido reabrir el caso. Insisten en que es necesario limpiar aquel nombre. La policía ocultó que las niñas fueron muertas a golpes, con una viga que pesaba más de 20 libras, imposible de cargar por un niño como George Stinney, que fue asesinado por el Estado, en la silla eléctrica, cuando apenas tenía 14 años.

En ajedrez, los negros no están condenados simplemente porque sí. Aquí pueden ganar.

Pogdaec vs. Kupreshik, Moscú, 1976.

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