En este diciembre de 2018 la Policía nicaragüense asaltó las oficinas del diario Confidencial y de los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche, en un intento de acallar a los cronistas de un país en donde la libertad de expresión lleva años en serio peligro.
¿Por qué ese zarpazo contra los medios? ¿Qué sentido tiene arremeter contra los periodistas y ganarse la unánime repulsa del gremio a nivel internacional? En parte, porque no hay nada más incómodo para un régimen autoritario que el reporte concienzudo de sus excesos, la puntual información de sus tropelías contra la población.
El reportero es para los tiranos como el enemigo público número uno, en tanto tiene la capacidad de poner por escrito esos detalles de la realidad que el palacio de Gobierno quisiera barrer bajo la alfombra y ocultar de las miradas. Es el testigo incómodo dispuesto a difundir lo que algunos quieren que nunca se sepa.
Ahora, con esta vuelta de tuerca, el orteguismo ha entrado en una nueva fase represiva. En esta etapa, su aparato de control se enfoca en desarticular cualquier vestigio de independencia que le pueda quedar a la sociedad civil. Por eso están en el centro de su acometida las organizaciones no gubernamentales, los grupos cívicos y los periódicos. Todo lo que pueda servir para que los ciudadanos unan esfuerzos y se mantengan al tanto de lo que ocurre será eliminado o, al menos, así lo intentará el otrora guerrillero devenido tirano.
De ahí que sea tan importante la solidaridad de otros medios de prensa y profesionales de la información en cualquier lugar del mundo, y especialmente en América Latina. Allanar una redacción y llevarse los útiles de trabajo de un diario es como amordazar a miles de personas en un segundo, como cerrar cientos de gargantas para que no se expresen. En todos los diarios y televisoras de esta región del mundo, esta semana deberíamos llevar luto por nuestros colegas nicaragüenses y también hacer sentir la indignación por el peligroso paso que ha dado Ortega. (O)