La derecha intenta construir un discurso argumentando que ya no existen las ideologías, que aquellas fueron inventadas por revolucionarios e izquierdosos pasados de moda; que ahora estamos en el tiempo en el que ya no es necesario pensar el mundo ni politizarse, sino entregar a los banqueros o adalides el ejercicio de un poder total e indeterminado, sin distinguir lo público ni lo privado, es decir, sin Estado.
Los voceros de la restauración conservadora añaden que es inútil asumir una posición porque no existen conflictos, todo es uniforme, estandarizado, instrumental, neutro y consensuado; o sea, que lo político y la política no debe ofrecer ideas, ni principios, valores, ni doctrinas, ni horizonte ni utopías distintas. Es decir, ya no es posible ni útil ubicarse a la derecha o a la izquierda, no es necesaria la lucha por la igualdad, la libertad y la prevalencia de lo social sobre lo individual.
Quienes pregonan el fin de las ideologías se declaran antipolíticos, pero en realidad ese argumento no es sino una máscara, puesto que en el fondo buscan justamente difundir una ideología antisocial, es decir, una ideología desideologizante, que pretende despolitizar a las personas para que no intervengan en el juego de la democracia y renuncien a la construcción de un poder popular, con potestad para decidir el destino de su país, nación o comunidad. Así, lo que yace detrás de la ideología desideologizante, es el interés de algunos pocos, para que todo lo humano y lo social dé paso al predominio del mercado; no existan ciudadanos, solo individuos consumidores, entregando todo el poder a una oligarquía neoliberal. Roberto Espósito señala acertadamente: “La despolitización es la forma política dentro de la cual se determina la autonomía de lo económico”.
El mundo de lo político y la política es exclusivo de la sociedad humana. De ahí que la política, como tal, no puede existir sino en la relación con los demás y en torno a la sociedad. Por su parte, la ideología no es sino la acción de pensar la realidad, para transformarla tal cual quisiéramos que sea. Por ello, es imposible negar la existencia de ideologías porque nadie carece de ideas propias o compartidas. A su vez el mundo no tiene lugar sin la interacción intersubjetiva con los demás, generando, por lo general, discusión.
Hay importantes autores que diferencian la imaginación y representación del mundo, de la ideología, a la cual otorgan una especialización relacionada con la política y las relaciones sociales de poder. Por lo tanto, la conectan con nociones sobre el Estado, la democracia y la sociedad civil. En esa esfera, es igualmente innegable la existencia de diferentes ideologías. En la realidad concreta y, sobre todo, en nuestros países latinoamericanos, existen dos ideologías diametralmente opuestas: la de la izquierda y la de la derecha. La primera (la izquierda) puede tener matices, pero su centralidad es la reproducción de la vida y la justicia; mientras que la segunda es monolítica porque justamente desconoce las ideologías como expresión social.
La derecha intenta convencer que las ideologías no existen y al desconocer la diversidad de pensamientos y la posibilidad de tener ideas sobre lo que es el mundo y lo que debe ser, termina afirmando que no hay ni ser humano ni sociedad pensante. Quien niega a las ideologías se niega a sí mismo y niega a toda la humanidad. Conciben solo a individuos consumidores y máquinas de producción, relegando la esfera del poder a ellos, como los sumos sacerdotes del mercado, que en su quehacer diario son a su vez inhumanos. (O)