Navidad y femicidio
“Quisiera niño adorado calentarte con mi aliento y decirte lo que siento en mi pobre corazón”, continuaban cantando las dos, a la vez que la madre de Camila prendía el horno.
Acto seguido, se alistaba la masa para los buñuelos. Cuando estaba en su punto, la madre de Camila los ponía en la paila para que se frían. Chisporroteaban tanto, que parecía que también cantaban:
“El camino que lleva a Belén baja hasta el valle que la nieve cubrió; los pastorcillos quieren ver a su rey, le traen regalos en su viejo zurrón”...
Llegaba la noche. Camila, su madre y su abuela se sentaban en la mesa y comían el pavo y los buñuelos. Conversaban de navidades pasadas y futuras, brindaban por una feliz navidad, intercambiaban obsequios y se iban a dormir.
-Camila, despierta-escuchó la niña, entre sueños, la voz de su abuela.
-Abuela, soñé que mamá preparaba el pavo de Navidad y que las tres cenábamos juntas, como lo hicimos hasta el año pasado-dijo Camila mientras se ahogaba en sollozos.
La abuela abrazó a la niña en silencio. Quiso ser fuerte, pero las lágrimas también la invadieron.
Camila es parte de las cifras que contabilizan en 85 el número de niñas y niños que quedaron huérfanos porque perdieron a sus madres en femicidios durante 2020 y que dan cuenta de un femicidio en Ecuador cada 72 horas.
Al igual que Camila, estos niños y niñas no volverán a celebrar la Navidad junto a sus madres. Muchos, al no tener familiares que se hagan cargo de ellos, son llevados a casas de acogida donde son tratados a nivel psiquiátrico y psicológico. Estos niños y niñas no solo deben superar la pérdida de sus madres sino que algunos han sido testigos de sus asesinatos. Los verdugos que acabaron con estas vidas de forma vil y cobarde, en muchas ocasiones, son padres de las criaturas.
El femicidio es un crimen deleznable que hiere de frente a la sociedad porque ataca directamente a su núcleo: la familia. Sus consecuencias son devastadoras y las sufren los más indefensos, los niños y las niñas. (O)