¿Dónde hemos ido?”, fue la pregunta anteriormente planteada. Hemos ido al terreno donde, lamentablemente, los sentimientos son funcionales al “momento”, y hay más muros que puentes. Ilustremos con dos ejemplos.
1: en el ámbito laboral, quien está a cargo de la empresa “ ” (si gusta colóquele nombre) solamente accede a compartir el comedor con sus colaboradores (de paso, para esa persona, ellos siguen siendo empleados para así marcar diferencias) a vísperas de la Navidad. ¡Ese día, esa persona es como ellos! Pero, tiempo antes y tiempo después, todo es diferente. Por citar: en el comedor, esa persona es la permanente ausente (porque la misma tiene su propio comedor); y, el trato se vuelve lejano, lleno de etiquetas y humanamente vacío.
2: en el ámbito familiar, dos nuevos integrantes llegaron a la mesa donde la familia comparte el pan; y llegaron, se quedaron y desplazaron a todos: el smartphone y el acceso a internet. Los mensajes de WhatsApp y las videollamadas sustituyeron a la cercanía y el afecto. Pregunta: ¿Si estoy enfermo o necesito de un consejo, o cariño, el celular me lo dará?
Destinamos gran parte de nuestro valioso tiempo en Centros Comerciales pensando comprar/gastar, o en nuestras habitaciones (incluso durmiendo poco) con nuestra “pareja” llamada smartphone, que con nuestra familia y con quienes nos necesitan. Este año, el papa Francisco invitó a meditar la Navidad bajo la “serenidad y fraternidad” ¿Estamos serenos cuando pensamos en llenar los corazones de productos (que no llenan nada), y no de fortalecer relaciones con nuestros seres queridos y con quienes hemos conocido, en pro de más sanación vía perdón? ¿Seremos fraternos cuando nuestra cercanía es “en temporada” y poco sincera, llena de estereotipos, amando con límites, compartiendo más lo que “no nos hace falta” y menos “de nuestro tiempo”?
Empecemos a vivir la verdadera esencia de la Navidad: amando sin medida, llenando corazones con nuestra presencia... que sea el inicio. (O)