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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Navidad en cuarentena

27 de diciembre de 2020

En este diciembre de 2020 la Navidad entró en cuarentena. Una tensión entre querer juntarse por la necesidad del apego, de los abrazos y caricias luego de 10 meses de sequía, y a la vez, racionalmente, saber que no es el momento, por responsabilidad y precaución.

Pero la Navidad tiene una historia larga; como es sabido, el cristianismo aprovechó las tradiciones paganas del solsticio de invierno, porque la luz del Sol Invictus vencía a las tinieblas de la noche y por medio de un sincretismo de siglos, se mezcló con bailes, jolgorios, banquetes, juegos de azar, intercambio de regalos, cancioncillas que se transformaron en los villancicos. La invención del nacimiento de Jesús se determinó apenas en el año 354. Pero es en el siglo XIX cuando la Navidad se domestica, adquiere este carácter más edulcorado, inocente, pasando a ser los niños el centro del festejo (Del Campos en Seogane, 2020).

La Navidad, que se ha extentido más allá del mundo cristiano, ha adaptado diferentes ritos, músicas, y celebraciones en culturas muy disímiles. El capitalismo le ha dado su carácter comercial, que tozudamente, trata de homogenizarla.

Instalada en nuestra cultura, no solo creyentes sino también laicos, agnósticos y ateos debemos arreglarnos en estas fechas para celebrar una suerte de tregua que implica la Navidad. Tal como ha ocurrido en las guerras, la Navidad ha sido el momento en que la humanidad -¿existe tal cosa?- se ha dado una pausa.

Me evoca el concepto de natividad de Hannah Arendt; para ella cada ser humano entra en el mundo como un recién llegado, es un nuevo comienzo que se da con cada nacimiento, y la natalidad representa un hecho decisivo para el pensamiento político debido a que alguien por su actuar puede comenzar algo nuevo en el mundo. Que así sea.

 

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