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El Telégrafo

¿Nadamos a contracorriente?

21 de octubre de 2011

Parece que el concepto de “libertad” debe estar anclado al individualismo en su estado más puro y agresivo. Porque resulta ahora que el individualismo es el único engranaje capaz de mover el armatoste económico y social de nuestros mercados modernos. Entonces cualquier intento que busca opacar este concepto liberal de individualismo se convierte en un arma de dominación y restricción. O, peor aún, en un panfleto ideológico destinado a terminar con cualquier indicio de individualidad para concentrar el poder en el Estado y utilizar la maquinaria oficialista para concentrar la mayor cantidad de poder. O al menos esa parece ser la queja.

Hay a veces una sensación que, como país, nadamos a contracorriente, a veces sin dirección fija: apoyamos a Libia, nos aliamos con Irán, repudiamos TLC. Y múltiples son los lamentos por la falta de condiciones existentes para la creación de una atmósfera propicia que permita la inversión y la competencia en el mercado regional (condiciones que sí se dan, al parecer, en los países vecinos).

Y, sin embargo, este bregar sin rumbo parece ser más el adaptarse a un cambio universal o, por lo menos, a la realización universal de un mundo que está podrido. Mientras nuestros vecinos buscan la liberación de los mercados, el mundo busca a los responsables de esos mercados. Mientras acá idealizamos la desregularización de los mercados, el mundo se pregunta por qué no los regularizó antes.

Hay momentos en que pareciera que vivimos en el país de los intocables. No hay cómo regular a los bancos (y cualquier intento de hacerlo es una falta grave a la libertad). No hay cómo regular a los medios (y cualquier intento de hacerlo es una falta grave a la libertad). No hay cómo regular a las compañías, nos hay cómo regular las entidades financieras, no hay cómo regular el mercado. Los hermanos Lehman y la familia Murdoch serían los principales inversionistas de esta utopía liberal.

No nadamos a contracorriente. Entendemos las necesidades de este mercado moderno. Un mercado que pide a gritos que existan más controles. Un capitalismo que clama por regulaciones. Un mundo que ya no quiere ser víctima de ejecutivos. ¿No fuimos ya nosotros víctimas de ellos? Y quedaron en la impunidad. La libertad debe ser para todos; no únicamente la libertad del financista o la libertad del inversionista. No la libertad del que la abusa. Y esta nueva libertad implica que nos
desacomodemos un poco.

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