Para los que desconocen la historia reciente -no se diga el largo colonialismo- hay que recordarles el enorme significado de los levantamientos indígenas y de su devenir en actores políticos y sociales. Ese significado tiene que ver con la constitución de un sujeto político que resistió la arremetida del neoliberalismo y que se guió por la premisa de este titular, “nada solo para los indios” el cual, precisamente, implica una lógica de inclusión y jamás de separatismo.
La decisión del presidente Moreno de entregar la sede prácticamente abandonada de la Unasur, al proyecto de reconstitución de Universidad intercultural Amawtay Wasi, ha sido el pretexto para que se alcen voces desde el desconocimiento de la historia y desde ideologías raciales. El racismo, según lo dice uno de los mayores estudiosos de este tema, Peter Wade, se fundamenta en un juego de ideas acerca de lo humano que pueden tener consecuencias como discriminación o violencia racial.
Acusar a los indígenas del fracaso de la Unasur, en mi opinión, es desplazar la culpa y no reconocer que hay causas complejas y múltiples para que esta iniciativa de integración se haya frustrado. En el fondo, en estas acusaciones se esconde una violencia racial, la cual nos ha acompañado durante todo el período colonial y republicano, pero que en la última década se renovó de una manera esquizofrénica pues, por un lado se usaban camisas bordadas y ponchos, se hacían ceremonias y limpias pero, a la par, se insultaba a los líderes indígenas; se suprimía la educación intercultural bilingüe y se enterraba uno de los proyectos emblemáticos de la lucha indígena por la plurinacionalidad y la interculturalidad: la Universidad Amawtay Wasi.
La miseria del racismo, más que ira y asco nos debe causar compasión; son individuos y grupos que, como lo afirma el intelectual indígena Ariruma Kowii, reniegan de sus orígenes y viven un hondo conflicto existencial, el cual lo resuelven discriminando a seres que consideran inferiores. Ahora bien, que personajes ajenos a nuestra cultura como algún ministro mercenario, quien lucró ampliamente del Estado ecuatoriano, pretenda dar lecciones de moral a los indígenas cuando él no ha tenido ninguna constituye un contrasentido. Se vuelve intolerable que fomenten el odio racial, lo cual aparte de ser delito, seguramente se revertirá en su contra, basta con sentarnos a esperar que ello ocurra. (O)